El Papa San Pío X rechaza la posición de “reconocer y resistir”: «El criterio último de la ortodoxia es la obediencia al magisterio vivo».

¡Jaque mate, lefebvristas!

Papa San Pío X

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Existe la Tradición Católica y luego la «Tradición Católica».

La primera es la que se encuentra realmente en los libros de teología católica tradicional (es decir, anterior al Vaticano II) y en los pronunciamientos del magisterio papal, mientras que la segunda es una caricatura popularmente aceptada de la misma que consiste en un surtido de ideas cuasi-teológicas improvisadas a partir de citas y eslóganes seleccionados que en su día fueron popularizados por apologistas de la posición de reconocer y resistir como Michael Davies (1936-2004) y que han sido perpetuados desde entonces por los lefebvristas y sus primos teológicos.

Sólo hay que pensar en cómo estos aspirantes a tradicionalistas apelan con frecuencia a la supuesta «papolatría», al «ultramontanismo» y a la «falsa obediencia» para justificar su posición, y cómo esgrimen argumentos del tipo «ya hemos tenido malos Papas antes», «San. Pedro negó a Cristo tres veces», «San Pablo reprendió a San Pedro en su cara», «el Quo Primum no puede ser revocado», «el Papa Liberio excomulgó a San Atanasio», «no es infalible», «no es verdaderamente magisterial».

Entonces se hace evidente que esas personas nunca se han molestado en buscar esas cosas en un libro de teología anterior al Vaticano II o en una antología de pronunciamientos magistrales. Entre los infractores más influyentes a este respecto, aparte de Michael Davies, podemos contar en particular a Christopher Ferrara, Michael Matt, Peter Kwasniewski, Taylor Marshall, Steve Skojec, Michael Voris y John Vennari.

Hoy presentamos otro ejemplo del verdadero Magisterio católico para demostrar lo falsos que son estos populares mitos tradicionalistas. Viene nada menos que del Papa San Pío X (r. 1903-1914), el único hombre que todos los tradicionalistas dicen venerar y seguir, y es un discurso que el Santo Padre dio a los estudiantes universitarios católicos el 10 de mayo de 1909. El Papa San Pío X recordó a los jóvenes el verdadero concepto de la obediencia al Papa, advirtiéndoles que no imitaran a los modernistas, que tratan de evadir esta genuina sumisión al Romano Pontífice distorsionando su verdadera naturaleza y minimizando las obligaciones que un católico tiene con respecto a la Sede Apostólica:

[E]l primer y más grande criterio de la fe, la prueba última e inatacable de la ortodoxia es la obediencia a la autoridad docente de la Iglesia, que es siempre viva e infalible, puesto que fue establecida por Cristo para ser columna et firmamentum veritatis, «columna y cimiento de la verdad» (1 Tim 3,15).

Jesucristo, que conocía nuestra debilidad, que vino al mundo para predicar el Evangelio sobre todo a los pobres, eligió para la difusión del cristianismo un medio muy sencillo, adaptado a la capacidad de todos los hombres y adecuado a cada época: un medio que no requería ni conocimientos, ni investigación, ni cultura, ni racionalización, sino sólo oídos dispuestos a escuchar y sencillez de corazón para obedecer. Por eso San Pablo dice: fides ex auditu (Rom 10,17), la fe no viene por la vista, sino por el oído, de la autoridad viva de la Iglesia, sociedad visible compuesta de maestros y discípulos, de gobernantes y gobernados, de pastores y ovejas y corderos. El mismo Jesucristo ha impuesto a sus discípulos el deber de escuchar las instrucciones de sus amos, a los súbditos de vivir sometidos a los dictados de los gobernantes, a las ovejas y a los corderos de seguir con docilidad las huellas de sus pastores. Y a los pastores, a los gobernantes y a los maestros les ha dicho: Docete omnes gentes. Spiritus veritatis docebit vos omnem veritatem. Ecce ego vobiscum sum usque ad consummationem sæculi (Mt 28,19-20): «Id y enseñad a todas las naciones. El Espíritu de la verdad os enseñará toda la verdad. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación del mundo».

De estos hechos se desprende hasta qué punto están extraviados los católicos que, en nombre de la crítica histórica y filosófica y de ese espíritu tendencioso que ha invadido todos los campos, ponen en primer plano la cuestión religiosa propiamente dicha, insinuando que mediante el estudio y la investigación debemos formar una conciencia religiosa en armonía con nuestro tiempo, o, como ellos dicen, «moderna». Y así, con un sistema de sofismas y errores falsean el concepto de obediencia inculcado por la Iglesia; se arrogan el derecho de juzgar los actos de la autoridad hasta ridiculizarlos; se atribuyen la misión de imponer una reforma, misión que no han recibido ni de Dios ni de ninguna autoridad. Limitan la obediencia a las acciones puramente exteriores, aunque no se resistan a la autoridad ni se rebelen contra ella, oponiendo el juicio defectuoso de algún individuo sin competencia real, o de su propia conciencia interior engañada por vanas sutilezas, al juicio y al mandamiento de quien por mandato divino es su legítimo juez, maestro y pastor.

No os dejéis engañar por las sutiles declaraciones de otros que no dejan de pretender que quieren estar con la Iglesia, amar a la Iglesia, luchar por ella para que no pierda a las masas, trabajar por la Iglesia para que llegue a comprender los tiempos y así recuperar al pueblo y apegarlo a ella. Juzgad a estos hombres según sus obras. Si maltratan y desprecian a los ministros de la Iglesia e incluso al Papa; si intentan por todos los medios minimizar su autoridad, eludir su dirección y desconocer sus consejos; si no temen levantar el estandarte de la rebelión, ¿de qué Iglesia hablan estos hombres? No, ciertamente, de esa Iglesia establecida super fundamentum Apostolorum et Prophetarum, ipso summo angulari lapide, Christo Jesus: «sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo piedra angular el mismo Cristo Jesús» (Ef 2,20). Por eso debemos tener siempre presente aquel consejo de San Pablo a los Gálatas «Pero, aun cuando nosotros mismos, o un ángel del cielo os predicase un Evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema.» (Gal 1,8).

(Papa Pío X, Discurso Con Vera Soddisfazione, 10 de mayo de 1909; en Acta Apostolicae Sedis, vol. I (1909), pp. 461-464; subrayado añadido.).

¡BAM!

¿No nos suenan terriblemente familiares las ideas, las conductas y las excusas que condena San Pío X? ¿No son, mutatis mutandis, lo que escuchamos de los tradicionalistas no sedevacantistas de hoy?

Para ponerlo en términos que el «Padre» John Hunwicke y el Dr. Peter Kwasniewski entiendan: El Papa Pío X era un hiper-ultra-papalista, un ultramontano, ¡un verdadero papolatra! ¡Eso es porque era católico!

La razón por la que los expertos en la posición de reconocer y resistir nunca (o rara vez) se preocupan por las verdaderas enseñanzas tradicionales de la Iglesia es que su teología está «basada en la necesidad» y no en la «verdad». No estudian la doctrina tradicional para entender lo que la Iglesia les exige creer sobre un determinado asunto. Más bien, comienzan con una conclusión deseada y luego se limitan a buscar fragmentos de la teología o de la historia de la Iglesia que creen que apoyarán su tesis.

En esto se parecen mucho a un abogado defensor que, tratando de conseguir un veredicto de «no culpable» para su cliente, intenta encontrar y presentar sólo las piezas útiles de las pruebas exonerantes que puedan persuadir al juez, mientras que omiten, minimizan o descartan cualquier cosa que pueda llevar a Su Señoría a tomar una decisión diferente. Tal vez por eso los apologistas de la posición reconocer y resistir cuentan con varios abogados o profesores de derecho en sus filas (pensemos en Chris Ferrara, Brian McCall o John Salza).

Para los que piensan que tal vez el Papa San Pío X enseñaba una doctrina novedosa y exagerada de sumisión al Papa, que sepan que no hacía más que reiterar las enseñanzas de sus predecesores, entre los que destacan León XIII (r. 1878-1903) y Pío IX (r. 1846-1878):

…[Es] dar prueba de una sumisión que dista mucho de ser sincera para establecer algún tipo de oposición entre un pontífice y otro. Aquellos que, frente a dos directivas diferentes, rechazan la presente para aferrarse al pasado, no están dando prueba de obediencia a la autoridad que tiene el derecho y el deber de guiarlos; y de alguna manera se asemejan a quienes, al recibir una condena, desearían apelar a un consejo futuro, o a un Papa que esté mejor informado.

(Papa León XIII, Carta Apostólica Epistola Tua)

Pero la obediencia no debe limitarse a los asuntos que tocan la fe: su ámbito es mucho más vasto: se extiende a todos los asuntos que abarca el poder episcopal. Para el pueblo cristiano, los obispos no sólo son los maestros de la fe, sino que han sido puestos a su cabeza para regirla y gobernarla; son responsables de la salvación de las almas que Dios les ha confiado y de las que un día tendrán que dar cuenta. Por eso el Apóstol San Pablo dirige esta exhortación a los cristianos: «Obedeced a vuestros prelados y estadles sujetos. Porque ellos velan como si tuvieran que dar cuenta de vuestras almas» [Heb. 13,17].

En efecto, es siempre cierto y manifiesto para todos que hay en la Iglesia dos grados, muy distintos por su naturaleza: los pastores y el rebaño, es decir, los gobernantes y el pueblo. La función del primer orden es enseñar, gobernar, guiar a los hombres por la vida, imponer normas; el segundo tiene el deber de ser sumiso al primero, obedecer, cumplir las órdenes, rendir honor. Y si los subordinados usurpan el lugar de los superiores, esto es, por su parte, no sólo cometer un acto de audacia perjudicial, sino incluso invertir, en lo que en ellos reside, el orden tan sabiamente establecido por la Providencia del Divino Fundador de la Iglesia….

No sólo se debe considerar que faltan a su deber quienes repudian abierta y descaradamente la autoridad de sus dirigentes, sino también quienes dan pruebas de una disposición hostil y contraria por sus astutas tergiversaciones y sus tratos oblicuos y tortuosos. La verdadera y sincera virtud de la obediencia no se satisface con las palabras; consiste sobre todo en la sumisión de la mente y del corazón.

(Papa León XIII, Carta Apostólica Est Sane Molestum)

«Esta cátedra [de Pedro] es el centro de la verdad y de la unidad católica, es decir, la cabeza, la madre y la maestra de todas las Iglesias a las que se debe ofrecer todo el honor y la obediencia. Todas las Iglesias deben estar de acuerdo con ella por su mayor preeminencia, es decir, aquellas personas que son fieles en todos los aspectos….

Ahora bien, sabéis bien que los más mortíferos enemigos de la religión católica han librado siempre una guerra feroz, pero sin éxito, contra esta Cátedra; no ignoran en absoluto que la religión misma no puede jamás tambalearse y caer mientras esta Cátedra permanezca intacta, la Cátedra que descansa sobre la roca que las orgullosas puertas del infierno no pueden derribar y en la que se encuentra la entera y perfecta solidez de la religión cristiana. Por lo tanto, por vuestra especial fe en la Iglesia y vuestra especial piedad hacia la misma Cátedra de Pedro, os exhortamos a dirigir vuestros constantes esfuerzos para que el pueblo fiel de Francia evite los astutos engaños y errores de estos conspiradores y desarrolle un afecto y una obediencia más filial a esta Sede Apostólica. Sed vigilantes en los actos y en las palabras, para que los fieles crezcan en el amor a esta Santa Sede, la veneren y la acepten con plena obediencia; deben ejecutar todo lo que la misma Sede enseña, determina y decreta.»

(Papa Pío IX, Encíclica Inter Multiplices, nn. 1,7)

Es hora de que los que pretenden tener amor y veneración por la Tradición Católica abandonen la caricatura de «Tradición Católica» y abracen la verdadera doctrina en su lugar.

El problema no es la enseñanza católica sobre el papado.

El problema es que se acepta como Papa a un apóstata manifiesto.