6ª objeción contra el Sedevacantismo: Las definiciones del Vaticano I sobre la perpetuidad del oficio papal contradicen las afirmaciones de los sedevacantistas.

Lista de artículos respondiendo a la objeciones más comunes contra el sedevacantismo

Respuesta: Los dogmas del Vaticano I no se contradicen con una vacancia de la sede papal.

Las personas que intentan refutar el sedevacantismo a menudo citan tres pasajes del Vaticano I. Responderemos específicamente a estos tres pasajes. Antes de hacerlo, debemos hacer hincapié en el hecho analizado en la objeción 5: han habido largos periodos en que la Iglesia no ha tenido un Papa. Hemos mencionado el interregno de 3 años y medio que ocurrió entre el Papa San Marcelino y el Papa San Marcelo.

Cuando el Papa San Gregorio VII murió el 25 de mayo de 1085, fue hasta casi dos años más tarde – el 9 de mayo de 1087 – que fue elegido su sucesor, el Papa Víctor III. El 25 de junio de 1243, el Papa Inocencio IV se convirtió en el sucesor N° 179 de San Pedro; sin embargo, su predecesor inmediato, el Papa Celestino IV, ya habla muerto hace más de un año y medio – el 10 de noviembre de 1241. Más tarde, en el mismo siglo, los católicos tuvieron que esperar casi tres años para que la Iglesia, tras la muerte del Papa Clemente IV, el 29 de noviembre de 1268, nombrase al nuevo Papa, San Gregorio X, el 1 de septiembre de 1271. Se podrían citar otros ejemplos de interregnos de un año o más entre los Papas; el punto es que si bien la práctica común era transferir rápidamente el poder papal, hubo excepciones. En la crisis actual, por lo tanto, ciertamente no es la primera vez en que la Iglesia ha tenido que sufrir un periodo significativo sin un Papa.

Hay un axioma teológico que dice: «ni más ni menos cambia la especie; un cambio de grado no afecta el principio». Si la Iglesia no falló o perdió la perpetua sucesión papal por una vacancia de 3 años y siete meses, entonces la Iglesia no fallará o perderá la sucesión papal perpetua durante una vacancia de 60 o más años. El principio es el mismo, a menos que exista una enseñanza específica de la Iglesia que declare un límite al interregno papal.

Debido a que no hay enseñanza que ponga un límite a tal interregno papal (un periodo sin un Papa), y puesto que las definiciones del Vaticano I sobre la perpetuidad del oficio papal no hacen ninguna mención en absoluto acerca de las vacancias papales o por cuanto tiempo podrían durar, se debe concluir lo siguiente:

a) O el Concilio exige que siempre haya un Papa «en acto» gobernando a la Iglesia;

b) O el Concilio solo exige que la Iglesia como sociedad perfecta, nunca pierda la posibilidad de tener un Papa: ya sea que lo tenga en acto, ya sea que estando en sedevacante (interregno) cuenta con los medios para proveerse de uno.

Si se dice que el Concilio Vaticano exige lo primero (el inciso a) entonces hay que concluir que entre la muerte de un Papa y la elección de su sucesor, la indefectibilidad de la Iglesia católica falla. Pero, por supuesto, esto es imposible, ridículo y blasfemo. Por lo tanto, lo lógico es concluir que el Concilio Vaticano exige lo segundo, en cuyo caso, si un interregno de 3 años no atenta contra la indefectibilidad de la Iglesia Católica, tampoco atentará contra ella un interregno de 40 años, o de 60 años, o de 100 años, con tal de que siempre la Iglesia conserve la posibilidad de proveerse de un Papa legítimo, garantizando así la perpetuidad del oficio papal hasta que Cristo vuelva.

Por lo tanto, con el fin de ser consistentes, los anti-sedevacantistas que citan al Vaticano I en contra de la «tesis» sedevacante, deben argumentar que la Iglesia nunca puede estar sin un Papa, ni siquiera por un solo momento (un absurdo evidente). Pero esto es exactamente lo que argumenta uno de ellos en un muy interesante pero errado artículo. Esto sirve para revelar el profundo prejuicio y los errores esenciales de su posición:

Chris Ferrara, «Oposición a la Campana Sedevacantista», Catholic Family News, agosto de 2005, p. 19:

«La Iglesia nunca, ni por un momento, en su historia ha estado sin ningún sucesor de Pedro válidamente elegido tras la muerte de su predecesor válidamente elegido».[1]

Esto es obviamente absurdo y completamente falso. El autor sabe que esto es falso porque, en la siguiente frase, declara:

«De hecho, el interregno más largo entre dos Papas de la historia de la Iglesia fue de solo 2 años y cinco meses, entre la muerte del Papa Nicolás IV (1292) y la elección del Papa Celestino V (1294)».[2]

En primer lugar, el interregno que él menciona no fue el más largo de la historia de la Iglesia (como vimos más arriba). En segundo lugar, él reconoce que la Iglesia ha existido por años sin un Papa. Es así que ha habido un buen número de «momentos» en la historia de la Iglesia donde ella se ha encontrado sin un Papa. ¿Por qué nos diría Ferrara que la Iglesia no puede estar sin un Papa «ni por un momento» cuando él sabe que esto no es cierto?

Ahora que se ha establecido el hecho de que la Iglesia si puede estar sin un Papa durante un largo periodo, echemos un vistazo a los pasajes del Concilio Vaticano I:

1. El Concilio Vaticano I declara que el papado es el fundamento visible y el principio perpetuo de la unidad

Concilio Vaticano I, Constitución dogmática sobre la Iglesia de Cristo, sesión 4, 18 de julio de 1870:

«Mas para que el episcopado mismo fuera uno e indiviso y la universal muchedumbre de los creyentes se conservara en la unidad de la fe y de la comunión por medio de los sacerdotes coherentes entre sí; al anteponer al bienaventurado Pedro a los demás Apóstoles, en él instituyo un principio perpetuo de una y otra unidad y un fundamento visible, sobre cuya fortaleza se construyera un templo eterno, y la altura de la Iglesia, que había de alcanzar el cielo, se levantara sobre la firmeza de esta fe».[3]

Lo que Cristo instituyo en San Pedro (el oficio de Pedro) sigue siendo el fundamento visible y el principio perpetuo de unidad, INCLUSO HOY, Y CADA VEZ QUE NO HAY PAPA, y esto se demuestra cada vez cuando un católico sedevacante convierte a un «ortodoxo» cismático oriental a la fe católica.

El católico (que es sedevacantista) cristianamente le informa al cismático oriental que él no está en la unidad de la Iglesia porque no acepta lo que Cristo instituyó en San Pedro (el oficio del papado), y no solamente eso, sino además porque no acepta lo que los sucesores de San Pedro han enseñado a lo largo de la historia de manera obligatoria (por ejemplo, el Concilio de Trento, etc.). Este es un claro ejemplo de como el oficio del papado todavía está en función – y funcionara para siempre – como el principio perpetuo de la unidad visible, distinguiendo a los verdaderos fieles de los falsos (y la verdadera Iglesia de la falsa). Esto sigue siendo verdadero aun cuando no hay Papa, y para los católicos que sostienen hoy en día el sedevacantismo. Esta enseñanza dogmática del Vaticano I no excluye los periodos cuando no hay un Papa ni tampoco se opone de manera algún a la tesis sedevacante.

De hecho, mientras esta definición sigue siendo verdadera para el sedevacantista, debe quedar claro que, (por ejemplo, en esta época de la Gran Apostasía) esta definición del Vaticano I solo puede seguir siendo verdadera para el sedevacantista (y no para los anti-sedevacantistas). Esta definición del Vaticano I respecto al papado como siendo el fundamento visible y el principio perpetuo de la unidad ciertamente no puede ser aplicada para los que están bajo Francisco, ya que el Vaticano II enseña todo lo contrario:

Documento del Vaticano II, Lumen gentium, # 15:

«La Iglesia se reconoce unida por muchas razones con quienes, estando bautizados, se honran con el nombre de cristianos, pero no profesan la fe en su totalidad o no guardan la unidad de comunión bajo el sucesor de Pedro».[4]

Vemos que el Vaticano II enseña que el papado no es el fundamento visible de la unidad de la fe y la comunión. Enseña que aquellos que rechazan el papado están en comunión con la Iglesia. Dado que esta es la enseñanza oficial de la secta del Vaticano II y sus antipapas, aquellos que se adhieren a ellos contradicen las enseñanzas del Concilio Vaticano I anteriormente citadas.

En segundo lugar, la enseñanza del Concilio Vaticano I sobre la perpetuidad del oficio papal solo sigue siendo verdadera para el sedevacante porque ¡Benedicto XVI enseña explícitamente que no es esencial para la unidad aceptar el papado!

Benedicto XVI, Principios de la Teología Católica (1982), pp. 197-198:

«De parte de occidente, la exigencia máxima seria que oriente reconociera la primacía del obispo de Roma en todo el ámbito de la definición de 1870 [Vaticano I] y al hacerlo someterse en la práctica, a una primacía como ha sido aceptada por las iglesias uniatas. (…) Con respecto al protestantismo, la exigencia máxima de la Iglesia católica seria que los ministros eclesiales protestantes sean considerados como totalmente inválidos y que los protestantes se conviertan al catolicismo (…) ningunas de estas máximas soluciones ofrecen una esperanza real de unidad».[5]

Ya hemos mostrado – pero era necesario citarlo de nuevo aquí – que Benedicto XVI menciona específicamente – y luego rechaza abiertamente – la enseñanza tradicional de la Iglesia católica de que los protestantes y los cismáticos orientales deben ser convertidos a la fe católica y aceptar el Vaticano I («todo el ámbito de la definición de 1870») para la unidad y la salvación. Él rechaza específicamente que la definición dogmática del Concilio Vaticano I (aceptar el papado, etc.) es obligatoria para la unidad de la Iglesia. Además del hecho de que este es otro claro ejemplo de la herejía manifiesta de los antipapas del Vaticano II, ¡esto prueba que Benedicto XVI niega el mismo dogma del Vaticano I que sirve de fundamento para esta objeción de los anti-sedevacantistas!

2. El papado perdurará para siempre

Vaticano I, Constitución dogmática sobre la Iglesia de Cristo, sesión 4, cap. 2:

«Lo que Cristo Señor, príncipe de los pastores y gran pastor de las ovejas, instituyo en el bienaventurado Apóstol Pedro para perpetua salud y bien perenne de la Iglesia, menester es que dure perpetuamente por obra del mismo Señor en la Iglesia que, fundada sobre la piedra, tiene que permanecer firme hasta la consumación de los siglos». [Denzinger 1824]

Si, lo que Cristo instituyo en San Pedro (es decir, el oficio del papado) debe permanecer para siempre hasta el final de los tiempos. ¿Qué es el oficio papal? El oficio papal es el oficio de San Pedro ejercido por todo verdadero y legitimo obispo de Roma. Esto significa y garantiza que cada vez que hay un ocupante verdadero y válido del cargo, él está dotado por Cristo con la infalibilidad (es decir, en su capacidad docente autoritaria y obligatoria), y con la jurisdicción suprema sobre la Iglesia universal, para que sea efectivamente el jefe visible de la Iglesia. Esto sigue siendo cierto para todo ocupante verdadero y legitimo del oficio papal hasta el final de los tiempos. Esto no quiere decir que la Iglesia siempre tendrá un ocupante del oficio papal EN ACTO (como lo prueba la historia de la Iglesia y las vacancias papales de más de 200 veces), ni tampoco significa que sea imposible que un antipapa reine desde Roma (como fue el caso del antipapa Anacleto II, que reino en Roma desde 1130-1138). Esta definición no prueba nada a favor de los anti-sedevacantistas, por lo tanto, continuemos.

3. Pedro tendrá perpetuos sucesores en su primado sobre toda la Iglesia universal

Papa Pio IX, Primer Concilio Vaticano, sesión 4, cap. 2:

«Si alguno, pues, dijere que no es de institución de Cristo mismo, es decir, de derecho divino, que el bienaventurado Pedro tenga perpetuos sucesores en el primado sobre la Iglesia universal; o que el Romano Pontífice no es sucesor del bienaventurado Pedro en el mismo primado, sea anatema.» [Denzinger 1825]

Este es el canon favorito de aquellos que se oponen a la «tesis» sedevacante; no obstante, como veremos, también no prueba nada a favor de su falsa position. Las palabras y distinciones son muy importantes. El entender las distinciones y las palabras a menudo hace la gran diferencia entre el protestantismo y el catolicismo.

El canon del Vaticano I condena a aquellos que niegan «que Pedro tenga perpetuos sucesores en el primado sobre la Iglesia universal». Nótese la frase «perpetuos sucesores EN EL PRIMADO». Esto, como hemos visto, no significa y no puede significar que siempre tendremos un Papa en acto. Por eso no dice que «siempre tendremos un Papa«. Es un hecho que han existido periodos sin un Papa. Entonces, ¿qué significa el canon?

Para comprender este canon, debemos recordar que hay cismáticos que sostienen que al mismo San Pedro le fue dado por Jesucristo el primado sobre la Iglesia universal, pero que el primado sobre la Iglesia universal terminó con San Pedro. Ellos sostienen que los obispos de Roma no son los sucesores del mismo primado que tuvo San Pedro. Ellos sostienen que la fuerza de hecho y derecho del primado no desciende a los Papas, a pesar que ellos sean los sucesores de San Pedro como obispos de Roma. De nuevo: los «ortodoxos» cismáticos admitirían que los obispos de Roma son sucesores de San Pedro, en cierto modo, debido a que son sucesores como obispos de Roma, pero no son sucesores con la misma primacía jurisdiccional sobre la Iglesia universal que tuvo San Pedro en su vida. Esta es la herejía de la cual trata el canon arriba citado.

Esta herejía – que niega que un Papa sea el sucesor del San Pedro con el mismo primado perpetuamente (es decir, cada vez que haya un Papa hasta el final de los tiempos, él será un sucesor en el mismo primado, con la misma autoridad que gozo San Pedro) – es precisamente lo que condena este canon.

Cuando entendemos bien esto, se ve claramente cuál es el significado de este canon. Esto se acentúa al final con las palabras «o que el Romano Pontífice no es el sucesor del bienaventurado Pedro en el mismo primado, sea anatema». El canon no está declarando que siempre vamos a tener un Papa o que no habrá vacíos, como claramente lo hemos tenido. El significado del canon se desprende por lo que dice. Condena a aquellos que niegan que Pedro tenga sucesores perpetuos en el primado – es decir, aquellos que niegan que cada vez que haya un verdadero y legítimo Papa hasta el final de los tiempos, él será un sucesor en el mismo primado, con la misma autoridad que gozo San Pedro.

Este canon no prueba nada a favor de los anti-sedevacantistas, pero si prueba algo para nosotros.

BENEDICTO XVI RECHAZA TOTALMENTE ESTE CANON Y EL VATICANO I

Benedicto XVI, Principios de Teología Católica (1982), p. 198:

«Tampoco es posible, por otra parte, que se considere como la única forma posible y, en consecuencia, sea obligatoria para todos los cristianos la forma que tomo esta primacía en los siglos XIX y XX [Nota del editor: esto significa que los cismáticos no necesitan aceptar el Vaticano I]. Los gestos simbólicos del Papa Pablo VI y, en particular, el haberse arrodillado ante el representante del patriarca ecuménico del patriarca cismático Atenágoras fueron un intento de expresar precisamente esto y, por tales gestos, señalar el camino para salir del impase histórico, (…) En otras palabras, Roma no debe exigir más de oriente con respecto a la doctrina de la primacía que como había sido formulada y vivida en el primer milenio. Cuando el Patriarca Atenágoras [el cismático no católico], el 25 de julio de 1967, con motivo de la visita del Papa a Fanar, lo designó como siendo el sucesor de San Pedro, como el más estimado de entre nosotros, como el que preside en la caridad, este gran líder de la Iglesia estaba expresando el contenido eclesial de la doctrina de la primaria como había sido conocida en el primer milenio. Roma no tiene por qué pedir más».[6]

Esto significa, una vez más, que, según Benedicto XVI, todos los cristianos no están obligados a creer en el papado tal como fue definido en el Concilio Vaticano I en 1870. Esto significa que los «ortodoxos» cismáticos si pueden rechazar el papado. Esto es una negación flagrante del Concilio Vaticano I y de la necesidad de aceptar la primacía por parte de aquel que afirma ser «el Papa». ¿Quién clamara en contra de esta demencia abominable?

Papa Pio IX, Concilio Vaticano I, 1870, sesión 4, cap. 3, ex cathedra:

«… todos los fieles de Cristo deben creer que la Santa Sede Apostólica y el Romano Pontífice poseen el primado sobre todo el orbe, y que el mismo Romano Pontífice es sucesor del bienaventurado Pedro, príncipe de los apóstoles, y verdadero vicario de Jesucristo y cabeza de toda la Iglesia, (…) Enseñamos, por ende, y declaramos, que la Iglesia Romana, por disposición del Señor, posee el principado de potestad ordinaria sobre todas las otras (…) Tal es la doctrina de la verdad católica, de la que nadie puede desviarse sin menoscabo de su fe y su salvación».[7]

Por otra parte, nótese que Benedicto XVI reconoce que los gestos simbólicos de Pablo VI con el patriarca cismático «fueron un intento de expresar precisamente esto», es decir, sus gestos (como arrodillarse ante el representante no católico, el cismático patriarca Atenágoras) expresaron que los cismáticos no necesitan que creer en el papado y en el Vaticano I. Consideren esto como una prueba contundente de todo lo que hemos dicho con respecto a los gestos continuos de Juan Pablo II hacia los cismáticos, por ejemplo: darles reliquias, darles ofrendas, elogiar sus «iglesias», sentarse a rezar en igualdad con ellos, firmar declaraciones comunes con ellos, levantar las excomuniones contra ellos.

Hemos señalado una y otra vez que con estas solas acciones (ni siquiera considerando sus otras declaraciones) constituyen una demostración de que ellos enseñan que los cismáticos no tienen que aceptar el dogma del papado. Innumerables falsos tradicionalistas y miembros de la Iglesia del Vaticano II lo niegan y tratan de explicar estos gestos como meramente escandalosos u otra cosa, pero no heréticos en sí. Bueno, aquí tenemos a Ratzinger – Benedicto XVI admitiendo precisamente lo que hemos dicho.

Por lo tanto, por favor dígame, querido lector: ¿Quién realmente niega el Concilio Vaticano I? ¿Quién niega los dogmas sobre la perpetuidad, la autoridad y las prerrogativas del oficio papal? ¿Quién niega lo que Cristo instituyo en San Pedro? ¿No son acaso los sedevacantistas los que señalan acertadamente que aquella persona que niega el Vaticano I esta fuera de la Iglesia, fuera de la unidad – puesto que él rechaza, entre otras cosas, el principio perpetuo de la unidad que es el papado – y, por lo tanto, esa persona no puede ocupar ningún cargo ni dirigir una Iglesia en la cual él mismo no cree?

San Roberto Belarmino (1610), Doctor de la Iglesia:

«Un Papa que se manifieste hereje, por ese mismo hecho (per se) cesa de ser Papa y cabeza, así como por lo mismo deja de ser cristiano y miembro de la Iglesia. Por tanto, él puede ser juzgado y castigado por la Iglesia. Esta es la enseñanza de todos los Padres antiguos, que enseñaban que los herejes manifiestos pierden inmediatamente toda jurisdicción».

San Francisco de Sales, Doctor de la Iglesia:

«De hecho, sería uno de los más extraños monstruos que podrían verse – si la cabeza de la Iglesia no fuera de la Iglesia».[8]

¿O acaso los verdaderos negadores del papado y del Vaticano I no son aquellos que profesan la unión con aquel que claramente ni siquiera cree en el Concilio Vaticano I, aquel que ni siquiera cree que el papado y el Vaticano I sean obligatorios para todos los cristianos; aquel que ni siquiera cree que el papado era aceptado en el primer milenio?

La respuesta es evidente para cualquier persona sincera y honesta que considere estos hechos. Es el antipapa Benedicto XVI, y todos los que obstinadamente insisten en estar en unión con él, quienes niegan el papado; los verdaderos fieles al papado y de la unidad de la Iglesia son los sedevacantistas.

NOTAS

[1] Chris Ferrara, «Opposing the Sedevacantist Enterprise» [Oposición a la Campana Sedevacantista], Catholic Family News, agosto de 2005, p. 19.

[2] Chris Ferrara, «Opposing the Sedevacantist Enterprise», Catholic Family News, p. 19.

[3] Denzinger 1821.

[4] Decrees of the Ecumenical Councils, edición inglesa, vol. 2, p. 860.

[5] Benedicto XVI, Principles of Catholic Theology, edición inglesa, pp. 197-198.

[6] Benedicto XVI, Principles of Catholic Theology, edición inglesa, p. 198.

[7] Denzinger 1826-1827.

[8] San Francisco de Sales, The Catholic Controversy, edición inglesa, Tan Books, 1989, p. 45.