Entre la Iglesia y el Tercer Reich – P. Julio Meinvielle

Buenos Aires, Ed ADSUM, año 1937

La magnitud tan desconcertante de los acontecimientos que se desarrollan en el mundo hace pensar, cada vez más seriamente, que estamos entrando en una época, en la cual los hombres, olvidándose de las diferencias accidentales que siempre los han dividido, como la nación, la clase, la lengua, se sientan divididos por algo más profundo y auténtico como es la sangre que corre por sus venas.

Se pudo creer hasta hace poco que la sangre corría tan mixturada en las actuales generaciones que era cosa completamente absurda clasificar por ella a los hombres.

Sin embargo, yo mismo tuve oportunidad de poner en relieve, cómo hay un pueblo, el pueblo judío, en el cual desde hace 4000 mil años corre la sangre de su Padre Abrahán, y que se mantiene sin contaminarse y sin confundirse en medio de todos los pueblos. La raza judía, la sangre judía, el pueblo judío – dígase lo que se quiera para su gloria o para su vituperio – es inconfundible.

He aquí que es necesario llamar la atención ahora sobre la existencia de otro pueblo antiquísimo y grande, el pueblo germánico, que hoy en el siglo XX de la humanidad redimida, quiere levantar el poderío de su grandeza sobre la pureza incontaminada de su raza y de su sangre, buscando reconstituir lo germánico, lo ario, porque fuera de allí no puede existir nada bueno ni excelente.

Y si hay un problema judío, también se plantea ahora un problema germánico. De este problema quiero ocuparme aquí. Y no para estudiarle en toda su proyección histórica ni en todos sus aspectos sino tan solo, en algo profundo y esencial como es la posición que el pueblo germánico quiere tomar frente a Cristo.

Si Cristo ha dicho y lo ha realizado en los dos mil años de Cristianismo que «no hay distinción de judío ni griego; ni de siervo ni libre; ni tampoco, de hombre ni mujer; porque todos vosotros sois una cosa en Jesucristo«. (San Pablo a los Gálatas, III, 26) es evidente que ha de plantearse un problema angustioso dentro de Alemania, entre aquellos que no quieren conocer más grandeza que el poderío de su sangre y de su raza incontaminadas y aquellos otros que no quieren sino la grandeza de haber sido redimidos con la sangre de Jesucristo. Es evidente que ha de plantearse en Alemania una lucha, lucha gigantesca, la más tremenda quizás de su historia, entre la Alemania que quiere ser pagana, y la que quiere conservarse cristiana, entre la Iglesia y el Reich.

PROFUNDIDAD DEL CONFLICTO

Antes de entrar en el estudio del conflicto, nos hemos de convencer que no puede ser este un mero episodio de lucha como tantos otros que registra la historia. Debe ser un conflicto profundo porque echa raíces en lo que el pueblo alemán tiene de más profundo. Por esto, creo del todo necesario, para hacerse cargo de la proyección del conflicto, echar una ojeada rápida pero certera en la historia de Alemania.

Tres grandes ciclos abarca esta historia para los fines del presente estudio. La Alemania pagana de los antiguos germanos; la Alemania cristiana del Santo Imperio Romano-Gerrnaníco; y la Alemania descristianizada que arranca desde Lutero y parece culminar en la Alemania Nacional-Socialista.

LA ALEMANIA PAGANA DE LOS ANTIGUOS GERMANOS

Hubo una época en que Alemania fue pagana y enteramente pagana. Tácito, el famoso historiador clásico, nos describe el año 98 de nuestra era, en su Germania, las costumbres de los alemanes. Los antiguos germanos, a la derecha e izquierda del Rhin, al sur y al norte del Danubio, adoraban a una muchedumbre de dioses, Mercurio, Hércules, Dónar y Wotan, Tuisco y Thor, Castor y Pólux. Los dioses germánicos formáronse según el modelo de hombres insignes. Es un hecho que los antiguos moradores de Germania, en sus bosques y pantanos, practicaban una superstición salvaje, como «apenas en otro pueblo se ha visto» y que como en todos los pueblos anteriores a la Biblia, se consideraba como un deber moral la venganza de sangre.

En tres cosas eran sin embargo los antiguos germanos, modelos de rectitud, por donde Tácito pudo presentarlos como ejemplos de moralidad. Modelos de lealtad, seguían a su capitán en paz y en guerra una vez que le habían dado palabra (cap. 24), modelos de hospitalidad que se practicaba entre los germanos “como en ningún otro pueblo» y modelos por el gran concepto que tenían de la fidelidad conyugal. Desaprobaban los matrimonios con otros pueblos para que no degenerase su noble raza. Esta costumbre – dice Tácito – desapareció cuando los Galos cruzaron el Rhin. (Ver Cardenal Faulhaber, Judaísmo, Cristianismo, Germanismo).

LA ALEMANIA CRISTIANA DEL SANTO IMPERIO ROMANO-GERMÁNICO

Desde el siglo VI los monjes de Escocia y otros misioneros particulares, congregaron a las razas germánicas ante la cruz y el altar.

En el siglo VIII reunió con mano fuerte San Bonifacio, el verdadero apóstol de Alemania, los trabajos esporádicos de los antiguos misioneros, que habían trabajado independientes unos de otros, dándoles organización eclesiástica, fundando siete obispados y celebrando varios sínodos. Por fin fue nombrado representante del Vicario de Cristo para toda Alemania. El 5 de junio del año 754 murió San Bonifacio y murió mártir con el Evangelio en la mano. Entonces fue de nuevo regado el suelo alemán, dice el Cardenal Faulhaber, de quien son estas notas históricas, con sangre de mártires; entonces pudo crecer espléndidamente la plantación de Dios.

Poco después Carlomagno obligó, con fines políticos a los sajones, en parte violentamente, a que se convirtieran al cristianismo, porque sabía que sin unidad religiosa no era posible la unidad política de aquella raza. Con el himeneo del cristianismo y del germanismo, logró el pueblo alemán ser un pueblo y ser un pueblo culto.

Y desde entonces alcanzó Alemania un florecimiento admirable tanto en su vida religiosa como en su vida cultural habiéndole tocado, como vocación particular en la Cristiandad, ser como el brazo secular, la espada al servicio de la Santa Iglesia. Juan Janssen (La Cultura Alemana, antes y después de Lutero, traducción de Ramón Ruiz Amado) nos describe con su extraordinaria autoridad de historiador la historia alemana del siglo XV, la época más fértil y rica en ideas. “Casi inagotable parecía la abundancia de personalidades grandes, nobles, de firme carácter, que en sus clases y auditorios, como en sus tranquilos talleres del arte y de la erudición, trabajaban en la evolución de la vida intelectual. Su amor a la Iglesia elevaba y fomentaba la adhesión a su pueblo y a su patria, y su entusiasmo por el Imperio romano de la Nación alemana… Como alemanes, bajo el Emperador y el Imperio, se sentían distintos de las demás naciones; pero bajo el señorío y protección de la Iglesia universal, la conciencia de esa diversidad, no producía una hostilidad nacionalista, y mucho menos una enemistad hereditaria, sino simplemente, una viva emulación espiritual con los demás pueblos… La cultura no separaba a los pueblos, antes bien los unía y enlazaba. Todos los pueblos cristianos tenían un solo enemigo común, el Turco, el «enemigo hereditario del nombre cristiano». El combate en común contra él, bajo la dirección del supremo jerarca de la Iglesia, lo consideraban todos los varones de aquella época como una de las más altas incumbencias de la Cristiandad.

LA ALEMANIA DESCRISTIANIZADA

Lutero rompe este bello equilibrio de la unidad germánica dentro de la universalidad de los pueblos, realizada bajo el signo de la Cruz. Una parte de Alemania se vuelve contra la otra parte. Ya entonces, Austria está virtualmente contra Prusia y Prusia contra Austria. Ambas permanecen cristianas. Pero al separarse la una de Roma, centro del cristianismo por disposición divina, se descristianiza. La rebelión protestante introduce en Alemania un fermento de soberbia cuyo término lógico no puede ser otro que la adoración de la propia raza y por ende la regresión a la concepción pagana de la vida de los antiguos germanos. El autor racista del siglo pasado Chamberlain, precursor e inspirador de los modernos racistas germánicos es precisamente quien observa que la Reforma no es asunto puramente eclesiástico sino que es la rebelión del alma germánica contra la tiranía antigermánica. (La Genese du Siecle XIX, Edition Française par Robert Godet).

Una concepción pagana de la vida, abiertamente estatolátrica, con el endiosamiento de todo lo alemán y el desprecio absoluto de lo no-aleman, fue obra expresa del gran filósofo kantiano, Fichte, quien, reaccionando contra la exaltación de lo extranjero, que fue un delirio en tiempo de Federico II de Prusia, inicio después de las guerras napoleónicas la exaltación de lo alemán en sus famosísimos Discursos a la Nación Alemana.

“Todos los siglos» – proclamaba Fíchte – “todo los prudentes y nobles corazones que pasaron por la tierra, en todos sus pensamientos y en todas sus aspiraciones levantan sus ojos suplicantes hacia Alemania; la propia Providencia y el plan divino del Universo conjuran a Alemania para que salve su honor y su existencia… En vosotros, oh alemanes! está el germen de la perfección humana y la esperanza de todo progreso. Si faltáis a vuestra vocación, si perecéis, morirá con vosotros y para todo el género humano hasta la sombra de esperanza de salvarse del abismo de su corrupción»… Por consiguiente, no hay lugar a dudas: si perecéis toda la humanidad perecerá sin esperanzas de levantarse nunca«. (Discurso 14).

Estos delirios pangermanistas no abandonaran ya los cerebros de casi media Alemania con Prusia a la cabeza. Y se iniciara, entonces la unificación política y cultural de toda la Alemania bajo la hegemonía del espíritu y del régimen prusiano. Bismark, el Canciller de hierro, trabajará con el sentido de estos planes hasta vencer a Austria en Sadowa, a Francia en Sedány ser vencido por Roma en el fracasado Kulturkampf.

Todo lo no germánico debía ser aniquilado. Austria por representar la Alemania bajo la influencia cristiana, Francia por ser la encarnación de la cultura extranjera, y los católicos por su dependencia de Roma.

Con estos delirios de grandeza fue Alemania a la guerra mundial, pero fue hollada por el demo-liberalismo que le puso condiciones humillantes en el célebre Tratado de Versalles.

EL ORGULLO ALEMÁN NO FUE VENCIDO

Pero el orgullo alemán no fue vencido. Y así, al día siguiente de firmada la paz, se fue formando en el seno de la Alemania vencida, un movimiento de liberación germánica que cristalizó en dos hombres: Ludendorff, el gran mariscal de los Ejércitos alemanes y Hitler, conocido entonces como propagandista fanático del movimiento de apostasía, Los von Rom. (Abandonemos Roma). (La Croix, 11.12.23) Hitler, el verdadero inspirador de Ludendorff estaba ya entonces en relaciones con Alfredo Rosenberg que vendrá a ser como su cabeza pensante. (Ver Documentation Catholique, 19.7.24). Un ruidoso proceso tiene lugar en Munich el año 1924, en el que los acusados Ludendorff y Hitler formulan sensacionales manifestaciones de antisemitismo, antimarxismo, y anticristianismo y de profunda fe en la raza germánica.

El movimiento se afirma como profundamente racista y va dirigido contra todos los elementos considerados extraños al verdadero germanismo. Invocando a Nietzsche, Goubinau (Essai sur linegalité des races), Chamberlain (Die Grundlagen, des 19 Jarhunderts) toma por emblema la «cruz gamada» y lucha contra los enemigos del interior, comunismo, marxismo, plutocracia, materialismo, pueblo judío, “otros tantos parásitos sobre el cuerpo del pueblo alemán». (Declaración de Ludendorff, Kreuzzei- tung 6.11.23). contra el parlamentarismo y contra los partidarios de la Constitución republicana de Weimar, contra Francia y el Tratado de Versalles, contra Roma y los católicos.

Hitler decía textualmente ya en 1924: «La nueva Iglesia Alemana debe ser una iglesia aria. No debe ser como la Iglesia católica, una iglesia universal; debe ser una iglesia estrictamente alemana. Nosotros no queremos otro Dios que Alemania; el fanatismo en nuestra fe, en nuestra esperanza, y en nuestro amor por Alemania, eso solo es nuestra religión«.

Y Ludendorff, siempre brutal en su expresión, decía: «En la Iglesia Católica encontramos nuestro más Peligroso enemigo. El peligro negro en Alemania es más grande que el peligro rojo” (La Croix, 9-10.12.23).

EL PARTIDO NACIONAL-SOCIALISTA

El partido Nacional-Socialista se presenta entonces en Alemania con esta significación. No es un partido más, junto a los partidos democráticos que entonces dividían a la opinión alemana. Es un partido que se presenta con una concepción total de la vida, con una weltanschauung que debe plasmar totalmente al pueblo y al estado alemán. El programa del Partido contenía sobre todo un párrafo muy sugestivo, el párrafo 24 que decía textualmente:

«Nosotros queremos la libertad de todos los credos religiosos dentro del Estado alemán, siempre que no pongan en peligro su existencia o no choquen contra las costumbres y la disciplina moral del pueblo alemán. El partido, como tal profesa un cristianismo positivo, sin ligarse, bajo el aspecto confesional a ningún credo determinado«.

Aunque este texto no expresaba manifiestamente la incompatibilidad de la Iglesia con la concepción cultural del Partido, aludía a ella directamente, sobre todo si se interpretaba a la luz de las manifestaciones autorizadas de los más conspicuos dirigentes del Partido. De aquí que con gran justicia, el Obispo de Maguncia prohibiese en septiembre de 1930 – y en ello no hacía sino seguir una norma constante del episcopado alemán – a los católicos “ser miembro inscripto del partido de Hitler» y «ordenaba negar los sacramentos a los afiliados a dicho Partido«. Y como el Partido le preguntase oficial-mente a que obedecían estas prohibiciones, contestase a su vez el Obispo: «Nos debemos dar estas Instrucciones porque el Programa del Partido Nacional-Socialista contiene principios incompatibles con la doctrina católica. Sobre todo el párrafo 24 del programa no lo puede aceptar ningún católico sin renegar de su fe«. Este párrafo dice que el Partido acuerda libertad a los credos que no pongan en peligro su existencia y los jefes reconocidos del Partido incluyen a la Iglesia Católica entre los credos peligrosos para el Estado como Gottfried Feder (1883–1941), miembro del Reichstag, quien afirma:

«Personas nacidas en Alemania pero que conscientemente ejercen una acción destructora sobre la nación y el pueblo porque siguen órdenes políticas venidas del extranjero (con esto se designa evidentemente a los católicos) no pertenecen a la comunidad de destino alemán, no pueden ejercer derechos políticos, lo mismo que los judíos, y nosotros tendremos que excluir a muchos del honor de ser ciudadano alemán«. (El Partido Nacional-Socialista y sus concepciones esenciales).

El párrafo 24 en su segunda parte dice que el Partido acuerda libertad a las confesiones que no choquen con las costumbres y la disciplina moral de la raza germánica, y sabido es, que mientras el Cristianismo predica el amor del prójimo, los escritores del Nacional-Socialismo predican la glorificación de la raza germánica y el desprecio de las razas extranjeras. Por fin el párrafo 24, en su tercera parte, dice que el Partido profesa un cristianismo positivo.

«Nos Preguntamos, dice el Obispo, ¿qué hay que entender por cristianismo positivo? Los jefes del Partido Nacional-Socialista quieren un dios alemán, un cristianismo alemán y una Iglesia alemana. Gottfrido Feder dice: «Ciertamente el pueblo alemán encontrara una forma para su confesión de Dios, su experiencia de Dios, como lo exige su sangre nórdica; entonces será completa la trinidad de sangre, de fe y de Estado«.

EL “MITO DEL SIGLO XX” DE ROSENBERG

La concepción cultural y religiosa alemana, profunda y exclusivamente germánica que estaba en potencia desde los primeros días del Partido, en 1920, encontró la cabeza que la elaborase y sistematizase. Rosenberg ha realizado la tarea más importante y perniciosa del Partido. De todos los dirigentes del Nacional-Socialismo ninguno con más autoridad que él para representar las ideas culturales del Partido. Por algo Hitler le ha nombrado, por decreto del 24 de enero de 1934, «Director de toda la formación espiritual e intelectual y de la educación del Partido y de todas las asociaciones sincronizadas lo mismo que de la obra ‘La Alegría hace la fuerza’». De aquí que para entender el problema alemán sea necesario exponer “la concepción filosófica de la vida” elaborada por Rosenberg en su «Mito del Siglo XX» para la raza germánica.

Alfred Rosenberg (1893-1946)

La podemos resumir así:

«En el principio existía la raza nórdica de ojos azules y de cabello rubio. Viniendo de las regiones polares ha esparcido por la tierra todo lo que es perfección y civilización. Todo mal proviene de influencias extranjeras ejercidas sobre esta raza nórdica. La influencia extranjera principal proviene del cristianismo eclesiástico, «síntesis de corrupción siro-judaico-etrusca».»

Las doctrinas de la Iglesia Católica, en la medida en que no son un remedo del pueblo germánico, no son sino trasposiciones bastardas de algunos mitos siríacos y persas; pero los herejes han sido en todos los tiempos los nobles defensores de la raza y de la civilización contra este Cristianismo. Todo lo que es de la Iglesia es malo, todo lo que se opone a la Iglesia es noble.»

Las blasfemias que cubren el libro, casi en su superficie total se ensañan particularmente con la sagrada persona del Papa, de quien dice:

«La Piedra angular en la filosofía del medicastro ha sido creada en el Concilio Vaticano. Este Concilio declaró que el medicastro mientras dura en sus funciones, era un dios, un dios infalible. De aquí en adelante… Dios está representado por el sistema romano coronado por el medicastro, dotado de todo poder que se llama el Papa».

La conclusión que se desprende del libro de Rosenberg se resume en que el cristianismo, tanto el católico como el protestante, es extraño a la raza germánica, es un cristianismo negativo (obsérvese el término), que no corresponde al alma alemana, que forma un obstáculo a las energías orgánicas de los pueblos de raza nórdica y que debe dejar lugar y debe revalorizarse en un cristianismo germánico. Y este es el cristianismo «positivo» de que habla el párrafo 24 del Programa Nacional-Socialista, cristianismo positivo que excita y renueva las fuerzas de la sangre nórdica.

«Hoy se despierta una nueva fe, el mito de la sangre… la fe de que la sangre nórdica está figurada en este misterio que ha substituido a los antiguos sacramentos y ha triunfado de ellos”.

A nadie puede sorprender que siendo este el contenido infame de este libro, el episcopado alemán en admirable Carta Colectiva, de junio de 1934, sobre el Neopaganismo alemán, haya protestado con palabra enérgica:

«Nosotros no podemos callarnos cuando un libro que de una manera tan radical, sirviéndose de un número de imposturas, se esfuerza por socavar la fe en Dios, la religión cristiana y el respeto de la autoridad de Cristo y de la Iglesia, es difundido en las escuelas, en los círculos docentes, en los cursos de dirigentes, en los campamentos de trabajo y se tiende a ponerlo como base de la concepción del mundo de todas las capas de la población”.

HITLER Y ROSENBERG

A nadie puede sorprender tampoco que siendo ésta la substancia filosófica del Nacional-socialismo, y no puramente teórica sino con una irresistible fuerza de expansión como cosa adentrada en el alma germánica, haya sido el Partido de Hitler condenado en diversas ocasiones por el episcopado alemán.

Sin embargo muchos católicos, y entre ellos el Canciller Von Papen, que sentían grandes simpatías por el Partido, no precisamente por este contenido filosófico, sino por su oposición al demoliberalismo, han querido disminuir esta peligrosidad atribuyéndola no al Partido mismo, encarnado en Hitler, sino a un grupo de teóricos exaltados, que habrían de ir cediendo ante las fuerzas de las circunstancias. Esto era como aguardar una ruptura entre Hitler y Rosenberg. Podía dar pie a esta esperanza el hecho de que Hitler no parecía solidarizarse con este grupo y que a las protestas de los católicos respondía que los escritos de Rosenberg no eran «producciones oficiales del Partido». Pero el hecho real que echa por tierra todas estas esperanzas es que el Canciller Hitler ha nombrado a Rosenberg Director general del movimiento cultural de Alemania, promotor poderoso de esta Concepción del mundo, infalible, indivisible, ineluctable; que en Nurenberg ha proclamado que nadie como Rosenberg la ha comprendido tan profundamente; y que en todos los campamentos, el Mito de Rosenberg ocupa un lugar junto a Mi Lucha de Hitler, como libros sagrados, que no se pueden discutir.

Arturo Dinter, uno de los grandes dirigentes del Nacional-Socialismo de la primera hora, escribía en 1931, en el fascículo 38 de su Espíritu del Cristianismo:

«Aquel que cree en una ruptura posible entre Hitler y Rosenberg no conoce hasta qué punto ha ligado el diablo, uno al otro, de suerte que no podría uno vivir sin el otro. Rosenberg es el espíritu y Hitler el cuerpo de un misino individuo«.

Por otra parte, el hecho real es que muchos sacerdotes han sido arrestados y deportados a los campos de concentración por el mero hecho de criticar la obra de Rosenberg, como era su obligación pastoral. Así el P. Alberto Fritsch, de 73 años de edad, cura de Hellefeld, el P. Kenter, de Dresde, el P. Guillermo Dammer, de Gustorf, etc. (Ver Documentation Catholique, 36, col. 1057).

EL PARTIDO NACIONAL-SOCIALISTA EN EL PODER

Con este Programa cultural se presentaba entonces al pueblo alemán el Partido Nacional-socialista. Penetrando profundamente en el prusianismo del alma alemana, llamemos así a lo que el alma alemana tiene de pagano, de rebelde al cristianismo, porque en Prusia y en la Alemania del norte se localiza particularmente esta rebeldía, no sólo era un partido que ofrecía la del pueblo alemán, puesta en peligro en el interior por los partidos y fuerzas demoliberales y en el exterior por la política anglo-francesa, sino que pretendía ofrecerle una liberación total de su ser, tanto religiosa como racial, una concepción del mundo, la única que se conformase con la raza germánica y la única que podría lograr la unificación de los alemanes en un poderoso imperio, sueño dorado desde antiquísimos tiempos.

La Iglesia no podía dejar de oponerse a un tal Partido que le negaba radicalmente la existencia en el suelo alemán y se opuso con toda energía no por su programa de liberación política sino por el de liberación totalitaria, weltanschauunglica.

Pero el pueblo alemán, católico sólo en su tercera parte, se dejó arrastrar por el hitlerismo, atraído sobre todo por la liberación política que le ofrecía. Y así el Partido, año tras año, fue ganando poderío hasta que el 30 de enero, Hitler, después de unas elecciones victoriosas, en que conquistó 17.277.185 sufragios, asumió el poder con el título de Primer Canciller del Reich.

Y entonces, ya en el poder, y con poderes totales, ¿qué actitud toma Hitler con respecto a la Iglesia? Nos lo dice claramente en su declaración gubernamental, leída en el Reichstag el 23 de Marzo de 1933, cuando después de rechazar todo compromiso con los grupos ateístas, añade:

«El gobierno nacional ve en las dos confesiones cristianas factores de una importancia capital para la preservación de nuestro valor como nación. Respetará las convenciones que estas comunidades han concluido con los Estados. Sus derechos serán respetados. Pero descuenta y espera que recíprocamente será apreciado el trabajo de resurgimiento nacional y moral de nuestro pueblo, cuya tarea ha emprendido el gobierno».

Y, a su vez, ¿con qué actitud responde el episcopado alemán a los buenos propósitos formulados por Hitler? Exprésala claramente la Declaración de la Conferencia episcopal de Fulda del 3 de junio de 1933.

«En estos últimos años los Ordinarios de la diócesis de Alemania, preocupados de su deber de conservar la fe católica en su pureza y de proteger la misión y los derechos inviolables de la Iglesia Católica, han tomado una actitud de oposición al movimiento Nacional-Socialista por interdictos y advertencias, destinadas a durar todo el tiempo y en la medida en que estas razones persistiesen.

Es necesario actualmente reconocer que el representante supremo del gobierno del Reich, al mismo tiempo jefe autoritario de este movimiento, ha hecho declaraciones públicas y solemnes que tienen en cuenta la inviolabilidad de la doctrina de la fe católica y de la misión y de los derechos inmutables de la Iglesia y en las cuales el gobierno del Reich asegura expresamente que los tratados de Estado concluidos entre la Iglesia y ciertos países alemanes conservarán su vigor. Sin abrogar la condenación de ciertos errores religiosos y morales incluidos en sus declaraciones precedentes, el episcopado cree poder expresar su confianza en que los susodichos interdictos y advertencias no deberán ser considerados como necesarios. El cristiano católico, para quien la voz de la Iglesia es sagrada, no tiene necesidad, aun en el momento presente, de ser especialmente exhortado a la lealtad para con la autoridad legítima y al cumplimiento consciente de los deberes civiles, rechazando, por principio, toda conducta ilegal y revolucionaria».

De estas declaraciones pareciera surgir que una vez llegado al poder el Nacional-Socialismo, se había establecido la paz entre él y la Iglesia, porque a las promesas de libertad para la Iglesia que formulaba el Führer, respondía ésta, con los propósitos sinceros de una colaboración leal con el nuevo gobierno.

EL CONCORDATO ENTRE LA IGLESIA Y EL REICH

El Concordato, que firmaba en Roma el 20 de julio del mismo año de la ascensión de Hitler al poder, el Cardenal Pacelli en nombre del Santo Padre, y el Vicecanciller Von Papen en nombre del Reich alemán «en el deseo recíproco de consolidar y desarrollar las relaciones amistosas existentes entre la Santa Sede y el Reich alemán«, venía a confirmar estos auspicios de paz.

Por este Concordato, el Gobierno alemán garantizaba a la Iglesia, la profesión del ejercicio público de la religión católica; la libertad de comunicación entre la Santa Sede y los Obispos y fieles de Alemania y de éstos entre sí; el respeto a los eclesiásticos en el ejercicio de su actividad sacerdotal como si fuesen empleados del Estado; el mantenimiento de las escuelas católicas y de la enseñanza religiosa en las escuelas fiscales; la protección a las organizaciones católicas de fines religiosos, culturales, caritativos, sociales o profesionales; la práctica de los deberes religiosos respectivos a los integrantes de organizaciones de juventud, sostenidas por el Reich; y en cambio la Iglesia daba plena seguridad al Reich, de excluir a los eclesiásticos y religiosos de todo partido y actividad política y de fomentar en los católicos la conciencia del cumplimiento de los deberes de fidelidad para con la patria y el estado.

Con el Concordato quedaba entonces sellada la paz de la Iglesia y del Reich en Alemania. La Iglesia, en substancia, se comprometía a alejar a los eclesiásticos de toda actividad política, con lo que el famoso partido del Centro quedaba virtualmente suprimido, y el Reich se comprometía, solemnemente y a la faz del mundo, a asegurar la plena libertad de la Iglesia con el desempeño de su divina misión, en todos los dominios de su actividad espiritual.

Alemania Católica se desbordó de gozo con la ratificación del Concordato. Se celebraron himnos de acción de gracias en toda Alemania. Los obispos dieron testimonio de felicitación y agradecimiento al Santo Padre y al Führer. Los católicos estaban prontos a adherirse al colosal programa de reconstrucción del Tercer Imperio alemán en cambio de la seguridad que se les ofrecía de no sufrir mella en la profesión pública de su fe católica.

PERO HABIA UN PROBLEMA HONDO QUE NO ESTABA RESUELTO

Si hemos seguido con atención el curso de esta exposición, nos habremos percatado que el Programa del Partido Nacional-Socialista no sólo ofrecía la liberación política de Alemania, sino también su liberación weltanschauunglica. Es decir, quería realizar el sueño dorado de Fichte de unir a todos los alemanes y pueblos de habla alemana, pueblos del norte y del sur, del este y del oeste, en una sola y poderosa Alemania, vaciada en un nuevo y único molde de vida. Pero, ¿dónde encontrar un molde que pudiese unificar a católicos y protestantes, a cristianos y no cristianos? Podría realizarse esta unión sobre una pura convivencia económico-política. Pero una unión mucho más honda intentaba realizar el Nacional-Socialismo, que de tal suerte penetrase en las raíces del alma alemana, que estos olvidasen que eran católicos o protestantes, cristianos o no cristianos y sólo supiesen que eran nacional-socialistas. Alemania entonces se encontraría a sí misma y alcanzaría el destino de la raza germánica, raza privilegiada, heredera directa de los primitivos arios, en cuyas manos está la salud de la humanidad. Si la Alemania del siglo XX quería lograr el destino mesiánico a que se sentía llamada, tenía que someterse a lo específicamente germánico y rechazar lejos de si lo no germánico. Y no germánico era el marxismo; no germánico el judaísmo; no germánico, el cristianismo protestante; no germánico el catolicismo. De aquí que el grito Los von Rom, Lejos de nosotros Roma, sea un grito profundo y auténtico del Nacional-Socialismo, no sólo contra una religión universal como la Iglesia sino como una evocación de las viejas teogonías del animismo ancestral a la rebelión contra las disciplinas importadas de Roma y de Francia por Bonifacio y Carlomagno. El Nacional-Socialismo siente el anhelo supremo de saltar por encima de quince siglos de influencias cristianas para volver a encontrar la pureza de la raza germánica, corrompida más tarde por el semitismo etrusco de judíos y cristianos.

Ahora bien, ¿hasta dónde podía el Concordato, resolver esta lucha honda que agitaba las entrañas más profundas de Alemania? Los hechos lo revelarían.

LA PAGANIZACIÓN DE ALEMANIA

Desgraciadamente, no habría que aguardar mucho esta revelación. Que el gobierno no estuviese dispuesto a sacrificar su programa weltanschauunglico lo reveló bien pronto la promulgación de la famosa ley de esterilización del 14 de julio de 1933, o sea del tiempo mismo de las gestiones del Concordato. Esta ley anticristiana que imponía la esterilización forzada de toda persona afectada de enfermedades hereditarias, estaba destinada a forjar una raza alemana fuerte e incontaminada.

Algo debía pasar en Alemania para que el Santo Padre, en la audiencia de jóvenes católicos de ese país, tenida el 27.10.33 declarara que estaba muy preocupado y sentía una gran inquietud por la religión en Alemania.

Y ¿qué podía pasar en Alemania?

El 9.2.34, la Sagrada Congregación del Santo Oficio de Roma, manda incluir en el Índice de las Obras prohibidas, el «Mito del Siglo XX», de Alfredo Rosenberg, Director y promotor, ya entonces, de la Cultura en el Tercer Reich.

El 7 de junio del mismo año, los Obispos de todas las diócesis de Alemania, reunidos en Fulda, junto a la tumba de San Bonifacio, el Gran Apóstol de Alemania, hacen oír fuertemente su voz en una Pastoral Colectiva, en la que denuncian y condenan el Neopaganismo alemán.

«Nosotros, obispos, en nuestro carácter de maestros y pastores establecidos por Dios para dirigir a los cristianos católicos de Alemania, nosotros protestamos solemne y unánimemente contra la difusión de los errores neopaganos en nuestra patria; nosotros protestamos contra todos los insultos y todas las calumnias con las que sus adeptos cubren casi diariamente en sus discursos o en sus escritos a Dios, a Cristo y a la Santa Iglesia«.

¿Qué pasa entonces en Alemania para que los Obispos protesten así tan enérgicamente en Documento público?

Pasa algo terrible, cuyo alcance voy a bosquejar lo más fielmente posible.

La persecución alemana no es sangrienta como la de Méjico, España o Rusia, pero es terrible y quizás más perniciosa. ¿Cuál es la táctica que se emplea en Alemania para anular la influencia de la Iglesia Católica? Consiste en privarla de todos los medios de influencia sobre la masa, aun católica, de la población alemana, mientras por otra parte se ejerce una grandiosa ofensiva para paganizarla. Para esto: 1° se suprime la Prensa y la Propaganda católica; 2° se suprime la escuela católica; 3° se suprimen las organizaciones católicas, sobre todo de juventud; 4° se hace una propaganda denigrante y calumniosa, a tambor batiente, contra el clero católico, so pretexto de trafico de divisas, inmoralidad, alianza con el comunismo para llevar el convencimiento de que el clero católico es enemigo del pueblo germánico; 5° se encarcelan sacerdotes y dirigentes católicos; 6° se establece una red de espionaje que alcanza hasta el confesionario; 7° se ejerce una «opresión de conciencia dura e inaudita» (Declaración de los Obispos de Colonia, 18.11.36) sobre los católicos; 8° se organiza una propaganda de apostasía, y mientras todo esto así acaece, se emprende una campaña gigantesca para paganizar al pueblo alemán con el ministerio de Propaganda en manos de Goebbels, con la dirección de la Cultura en manos de Rosenberg, con la dirección de la juventud del Reich en manos de Baldur von Schirach, con el ministerio del Interior en manos de Frick y para servirlos a todos con la terrible Gestapo, la policía secreta de Hitler, en manos de Goering y por encima de todos el Führer, el enigmático Führer, que pareciera que todo lo puede y que nada puede; que quiere observar los compromisos del Concordato o que quiere quebrantarlos; que se hace responsable de todo lo que pasa en Alemania o que no se ocupa de ello.

Esto y nada más que esto pasa en Alemania, pero esto es terrible. Porque es quizás en el curso de la historia, dos veces milenaria de la Iglesia, la persecución sistemática, mejor calculada. Diríase que todo el prodigioso cerebro alemán se ha puesto en la tarea de deshacer la Iglesia para paganizar completamente a Alemania.

Descendamos a detalles para explicar los caracteres de esta lucha.

SUPRESIÓN DE LA PRENSA Y DE LA PROPAGANDA CATÓLICA

Para el Nacional-Socialismo la Iglesia debe abandonar el campo político que es de la esfera exclusiva del Estado. Sin entrar a discutir la legitimidad de esta pretensión, la Iglesia no ha tenido dificultad en ello y así se ha comprometido solemnemente en el Concordato. Pero ¿qué entiende por «político» el gobierno del Reich? Declarólo en un discurso el doctor Goebbels, ministro de Propaganda (Voelkischer Beobachter del 14.7.36) donde dice:

«Nosotros no entendemos más por político el hecho de ocuparse de las cosas materiales de un pueblo. La política ha tomado a nuestros ojos un carácter mucho más extenso. Exige que se ocupe de todas las cuestiones que tocan de alguna manera al pueblo«.

Con este criterio, como es lógico, la Iglesia que se ha comprometido a no ejercer ninguna influencia en lo político, tendría que desentenderse de todo lo que toca de alguna manera al pueblo. La Iglesia debe entonces quedar amordazada en su actividad, porque ¿qué cosa hay que no toque en alguna manera al pueblo?

El ministro Frick ha declarado en repetidas ocasiones (7.7.35, 13.10.35): «Nosotros reclamamos la desconfesionalización de toda la vida pública y política«, y así el gobierno promulga leyes anticristianas como la esterilización y los católicos no pueden discutirla ni rechazarla, porque es atentar contra los derechos del Estado. El gobierno propaga una concepción pagana de la vida, injuriosa para la Iglesia como el Mito de Rosenberg y los católicos no pueden oponerse a ella so pena de ser traidores al pueblo alemán. La Iglesia entonces no puede hacer oír su voz. Toda la prensa de Alemania, incluso los pocos diarios católicos que han podido sobrevivir a este ahogamiento progresivo y feroz, está sometida a una implacable censura, de la que ni escapan los boletines oficiales de las diócesis. Los documentos episcopales no son conocidos del público alemán y si la grandiosa Encíclica de S. S. Pío XI ha podido ser conocida por los fieles de la Iglesia alemana, ha sido por las extremas precauciones que se tomaron para burlar la temible vigilancia de la Gestapo. Ni siquiera los libros católicos pueden circular y así han sido prohibidos según el Osservatore Romano del 30.7.36 libros como Roma y el Cristianismo de Mons. Hudal; Vida de Don Bosco del P. Lecherman; la obra del Dr. Niedemayer sobre esterilización; y La respuesta al Mito de Rosenberg.

La voz de la Iglesia ha sido entonces suprimida en Alemania.

SUPRESIÓN DE LA ESCUELA CATÓLICA

La escuela católica, tan acreditada durante todo tiempo en Alemania, estaba garantizada también por la alta protección del Reich. Pero con la clásica táctica hitlerista de exaltar por todos los medios la escuela oficial, llamada de la comunidad alemana y de abatir la escuela católica con mil recursos opresivos ejercidos sobre los padres de los alumnos o sobre los alumnos mismos, la escuela católica ha debido cerrarse por voluntad (¡qué ironía!) de los padres católicos de Alemania. Gracias a los pretendidos plebiscitos populares, el porcentaje de los alumnos que frecuentan la escuela católica, ha bajado en Múnich, en el año 35 del 87% al 54%; el año 36 al 36% y este del 37 al 3.89%.

Lo que no ha surtido resultado ha sido la tentativa de suprimir los crucifijos de las escuelas en todas las comunas de Oldenburgo. Fue tal la indignación de la población que 21 días después de promulgar la ordenanza de supresión el jefe del distrito debió revocarla, y lo hizo con estas palabras:

«Un sabio gobierno de Estado debe saber también volver atrás cuando ha dado un mal paso. La ordenanza de 4 de noviembre queda anulada. Los crucifijos quedan en las escuelas«.

SUPRESIÓN DE LAS ORGANIZACIONES CATÓLICAS DE JUVENTUD

El artículo 31 del Concordato garantizaba expresamente las organizaciones católicas con fines culturales y deportivos, asegurando así la vida de la magnífica juventud católica alemana, organizada espléndidamente en todos los sectores de la actividad.

Pero el Nacional-Socialismo, cuya unificación ha sido siempre la unificación de todos los grupos existentes en los cuadros de la Juventud Hitlerista (Hitlerjugend) ha debido luchar en este campo con una violencia particular. Fácil victoria logró el Hitlerismo con las juventudes evangélicas de las que un millón de jóvenes se han visto obligados a agregarse en masa a la Juventud Hitlerista. Igual, aunque más lenta, será su victoria frente a las poderosas organizaciones católicas. La misión de Führer de la Juventud del Reich ha sido puesta en las manos ardientes de Baldur von Schirach, un pagano exaltado que ha trocado su nombre por otro de la antigua mitología germánica.

Baldur von Schirach ha emprendido con ardor la tarea de moldurar a toda la juventud alemana en los moldes de Rosenberg. «Como jefe de la Juventud del Reich alemán, inculca con frecuencia, yo no pertenezco ni a la confesión protestante ni a la católica, yo soy nacional-socialista.» «La Juventud Hitlerista no pregunta a los jóvenes cuál es su casta, o cuál es su credo, sino sólo cuál es su origen.» (Der Hitlerjugend, Idee und Gestalt).

Y estas ideas por descatolizar a la juventud católica es llevada sistemática y perseverantemente a la práctica. Así cantan los jóvenes de Hitler: «

¿Qué tiene que hacer un hijo de madre

alemana con el Papa y los papistas?

El tiempo de la Cruz ha pasado…»

En muchas escuelas secundarias se agrupa a los alumnos de las organizaciones católicas y se los hace marchar a tres pasos de distancia de los otros alumnos… En la escuela profesional de A… — denuncia el Obispo de Rotemburgo— «como preparación a la fiesta de la juventud alemana, estos alumnos fueron pesados en la báscula para ganado, a la vista de los jóvenes hitleristas que lo celebraban a carcajadas. Uno de los profesores declaró expresamente que los de la juventud parroquial eran hombres de «segunda clase»». (Protesta de Mons. Sproll, Obispo de Rotemburgo al Jefe del distrito de Suttgart, Reichspost 18.8).

Fuera de esta continua y sistemática ridiculización de la juventud católica, el Reich, por una ordenanza de Goering (18.7.35) prohibía a las asociaciones católicas del Imperio llevar uniformes, insignias o banderas, marchar en fila, realizar excursiones o campamentos públicamente, tener banda de música o conjuntos teatrales.

Además el 12.8.3 5 el Director de la Sección Central del Reichsnaehrstand pide a los empleados del mismo que traten de influir sobre los campesinos para que retiren sus hijos e hijas de las asociaciones católicas de la juventud porque en ellas están expuestos al peligro de sufrir influencias hostiles al Estado. «De esta suerte —dice— el Reichsnaehhstand se conformará con las diferentes decisiones de las altas autoridades del Reich y del Estado.» (Servicio de Prensa de la Juventud del Reich, N° 181).

El 23.2.36 anuncia Baldur von Schirach que nadie podrá ser funcionario del Estado si no ha pasado por las filas de la Juventud Hitlerista y por fin el 1° de diciembre de 1936 se dicta una ley por la que se resuelve que toda la juventud alemana forme parte de la Juventud Hitlerista y se someta «a la educación física, intelectual y moral en el espíritu del Nacional-Socialismo

En adelante, pues, no ha de existir ya la Juventud Católica alemana. Todos los jóvenes de Alemania, católicos y no católicos tendrán que someterse a la influencia anticristiana de Rosenberg.

RUIDOSA CAMPAÑA DE DENIGRACIÓN DEL CLERO

Mientras en forma feroz se ahoga toda la actividad de la Iglesia, se realiza una propaganda formidable de difamación pública del clero católico con el propósito de romper la unión entre los fieles y sus pastores. Toda la campaña tiende a crear una conciencia pública en el pueblo alemán de horror hacia la Iglesia y sus ministros y, en consecuencia, de la urgencia de arrancar la juventud a maestros que son corruptores públicos, los enfermos a enfermeros que son indignos de su tarea, la fortuna de Alemania a administradores fraudulentos. Escribe el Schwarze Korps de Himmler

«Después de las experiencias de estos últimos años, nosotros no tenemos más confianza en vuestra moral. Nosotros temblamos por la juventud que os es confiada, por los seres encomendados a vuestros cuidados, por la fortuna del pueblo que administráis.»

«Es el soplo pestilencial de un mundo de podredumbre que se nos manifiesta aquí y que hace subir hasta el cielo su hediondez. Queremos hablar de los escandalosos acontecimientos, de los que son teatros las esferas religiosas y los conventos y que nos presentan el registro completo del crimen desde el perjurio hasta el incesto pasando por el crimen sexual. Y qué pensar todavía de todo lo que ha podido suceder detrás de los muros de los monasterios y en las filas de la confraternidad romana que no ha salido fuera y que no ha sido castigado por la ley.»

Cito esto porque es el tono corriente de la propaganda de difamación que ha emprendido el ministro Goebbels.

EL ESCÁNDALO DE LAS DIVISAS

El escándalo de las divisas abrió las puertas de la ola de fango que el gobierno del Reich iba a lanzar sobre los católicos alemanes. Recordemos rápida y secamente los hechos. El 17.5.35 se realizaba en Berlín, delante de la Cámara Criminal de Moabit el primero de los procesos de fraude fiscal contra Catalina Wiedendorfer, en religión sor Wernera, secretaria de la Orden de San Vicente de Paul, acusada de haber hecho pasar en dos años a Bélgica, violando la ley de exportación de capitales, la suma global de 250.000 marcos, propiedad de la Casa Madre de San Vicente de Paul en Colonia. El Procurador pedía como sanción personal contra la hermana cinco años de trabajos forzados, cinco años de pérdida de los derechos civiles y 150.000 marcos de multa; y contra la «Sociedad de Obras de Caridad de Colonia», una multa de 250.000 marcos. Estas penas fueron impuestas con entusiasmo por los jurados de Moabit con la cláusula adicional de una prolongación de catorce meses de trabajos forzados en caso de insolvencia de la hermana.

Un caso semejante se abre en Berlín cinco días más tarde. Y siete días después es la Orden de San Francisco la acusada y el R. P. franciscano Otto Goertler se ve condenado a diez años de trabajos forzados, cinco años de pérdida de los derechos civiles y 350.000 marcos de multa.

Y así han seguido los procesos.

Sin entrar a discutir la verdad de los hechos denunciados ni juzgar la culpabilidad moral que ellos encierran, observemos cómo el gobierno del Reich no ha tenido otro propósito en toda esta serie de ruidosos procesos que la simple denigración del clero católico. Lo prueba el procedimiento empleado. Antes del primero de estos procesos hacía más de un año que se cometían cantidad de delitos privados relativos al tráfico de divisas, tanto por parte de los bancos como de los particulares. Pero cada asunto era regularizado sin alboroto y sin dar cuenta al público. Eran asuntos unterverfungsverfahren. Pero cuando se descubrió el tráfico ilícito en religiosos (y para ello la Gestapo urgó en los conventos dos meses antes, el 12 de Abril [Ver Document. Catholique 35, col. 1430]), se llevó el asunto a la justicia y se trató de darle la más estrepitosa publicidad… se sabe que en cada proceso el ministerio de Propaganda llegó a determinar, para uso de las agencias periodísticas el uso de tipos de imprenta que debían emplearse y tuvo empeño en instalar toda una serie de micrófonos en la sala del Tribunal.

El diario de Rosenberg, el Volskischer Beobachter, a grandes títulos denunciaba que «la nación alemana era defraudada por los criminales de sotana» y el Angriff el segundo diario hitlerista por importancia afirmaba que las cantidades deportadas al extranjero por los religiosos eran suficientes para cubrir ampliamente las necesidades de materias primas, que tan cruelmente escaseaban en Alemania.

EL ESCÁNDALO DE LA MORALIDAD

No había terminado aún la impresión que el escándalo del tráfico de las divisas había producido en el público alemán cuando se suscitó otro, más ruidoso aún, sobre la moralidad y buenas costumbres del clero.

Para documentarse el gobierno alemán había realizado el 15.3.36, por medio de su Gestapo (Tijd 16.2.36) minuciosas pesquisas en los numerosos conventos, sobre todo de las regiones de Fulda, Wumzburgo y Bonn (Waldbreitbach), había igualmente controlado los archivos de las Ordenes religiosas y confiscado los documentos y cartas de los superiores, conteniendo las relaciones al general de la Orden sobre la conducta de numerosos religiosos.

Tres meses después (26.5.36) se abre en Coblenza un ruidoso proceso contra los miembros de una congregación de hermanos legos, llamada de Waldbreitbach y afiliada a la tercera Orden franciscana, por atentado contra las buenas costumbres. Los más insignificantes pormenores del proceso son amplificados por todos los diarios del Reich. La agencia oficial en su afán del ruido de la propaganda, da noticia en estos términos: «Hoy comienza en Coblenza un proceso contra más de 200 miembros de la Orden de Hermanos Franciscanos, acusados de los peores crímenes de inmoralidad... Los actos criminales han sido cometidos en todos los conventos y establecimientos de los Hermanos Franciscanos de Renania y Westfalia…» En realidad de los 265 miembros que tiene la Congregación en Alemania, que no son padres sino legos a excepción de su capellán el presbítero Bernhard Steinhoff que se ocupan del cuidado de alienados, epilépticos e idiotas, sólo 31 fueron condenados por el tribunal inferior.

Los procesos contra la moralidad han arreciado fuertemente este año, después de la encíclica del Papa sobre la situación de la Iglesia en el Reich: Pareciera como si fuera esta la respuesta de Alemania al Papa.

El «Deutsche Allgmeine Zeitung» escribe últimamente:

“Cuando nos enteramos que en el curso de 400 acciones judiciales por atentado a las costumbres, mil miembros de las Ordenes católicas han debido ser inculpados, estamos obligados a decir que este negocio tan repugnante como deplorable sale del cuadro de los casos aislados. La pureza misma de nuestro pueblo está en juego y el Estado no puede tolerar ya estos abismos de inmoralidad como tampoco las maquinaciones de alta traición reveladas por el proceso Rossaint”.

¿Qué hay de verdad en todo esto? Según la declaración de protesta leída en todos los púlpitos del Reich, el domingo 6 de junio de este año, sobre 21.461 sacerdotes seculares, 49 han sido acusados, de los cuales sólo 21 han sido declarados culpables y los otros 28 casos fueron suspendidos. Sobre 4.174 religiosos, 9 son acusados y de éstos 1 es declarado culpable y los otros 8 casos quedan en suspenso.

Glorioso clero alemán que a pesar de la saña de enemigos poderosos, puede presentar un número tan insignificante de caídos. No se sabe qué admirar más si la rabia frenética de perseguidores desalmados o la elevación moral de un clero al servicio de Jesucristo y de su Iglesia.

A estas campañas para denigrar al clero habría que añadir la atmósfera de sospecha suscitada contra las organizaciones católicas sobre infiltración comunista y sobre un pretendido complot de católicos y comunistas, con cuyo pretexto la Gestapo detuvo el 6.2.36 a monseñor Ludwig Wolker, asesor general de las Asociaciones de la Juventud Católica y a otros numerosos eclesiásticos y laicos de los más representativos.

ENCARCELAMIENTO DE SACERDOTES Y DIRIGENTES CATÓLICOS

Otro capítulo de la lucha del Reich contra la Iglesia en Alemania es el encarcelamiento de sacerdotes, tan frecuente que es la clase, la sacerdotal, que ofrece mayor número de detenidos. Las palabras del jefe del distrito de Bade, Wagner cobran una realidad sorprendente: «No queremos hacer mártires, queremos desenmascarar «delincuentes.»»

Los motivos más fútiles sirven para ello. Unos son arrestados por «abusos del púlpito», y suman centenares, otros por haber criticado el «Mito» de Rosenberg, otros por arrancar carteles injuriosos para la Iglesia. Se llenarían páginas y páginas si se pretendiese dar cuenta de todas estas detenciones.

Entre las detenciones más ruidosas se cuenta la de monseñor Banasch, canónigo de Berlín quien fue detenido por la policía secreta y transportado a la prisión preventiva de Moabit. Había sido encargado por el cardenal Bertram, Presidente de la Conferencia Episcopal de Fulda, para reunir materiales de los numerosos incidentes en que tienen que sufrir los católicos. En esta ocasión son igualmente arrestados, el secretario de monseñor Banasch; monseñor Konerman, presidentes de las asociaciones obreras de Munster; monseñor Klemens, Secretario de la Juventud Católica; el P. Ansgar Sinniger, secretario general de la Comisión de los Superiores de Órdenes religiosas; el P. Miltenberg, vicario general de Wurzburgo y otros vicarios generales que suministraban los datos a monseñor Banasch.

De los casos más curiosos de detenciones es el del conserje de la casa de los socios de Kolping en Coblenza, Phillips, quien fue condenado a dos meses de prisión por haber arrancado un cartel contra el catolicismo, pegado en las paredes de su casa, por la sección regional del Partido. En el juicio se declaró que los carteles de la dirección del Partido tienen el valor de carteles de la autoridad.

UNA RED DE ESPIONAJE QUE LLEGA HASTA EL CONFESIONARIO

Es evidente que todas estas detenciones son la consecuencia de una red de espionaje bien urdida y, por numerosos casos, se sabe que llega hasta el confesionario.

El 12.4.35, después de un proceso de cuatro días, el tribunal especial de Rostock condena al cura de la parroquia monseñor Leffers a año y medio de prisión y a los gastos del proceso, por ataques velados contra el Estado y el Partido.

¿Qué había pasado? Un estudiante, Schinke y dos señoritas Allmut Frisch y Margaret Natz se presentaron al Padre, como católicos para consultarle sobre la lectura del «Mito» de Rosenberg para denunciar luego a la justicia su respuesta.

Los obispos de Baviera han denunciado en documento público (Reichspost 18.12.36) que se ha «establecido un sistema de espionaje para vigilar la enseñanza religiosa y los hogares de familia.»

Para terminar este capítulo voy a referir un acto de espionaje hecho en el mismo confesionario: En Lugnan (Alta Silesia) un funcionario de la policía criminal había enviado a su mujer al P. Choroba, aparentemente para confesarse y preguntarle si debía enviar su niña al campamento anual del gobierno. El Padre contestó a la mujer que si la niña era enviada a un ambiente protestante estaba expuesta a perder la fe. El funcionario denunció al sacerdote. Y acusado de excitar contra una institución del Führer- Canciller, el Padre fue juzgado por el tribunal especial de Silesia en Gleiwitz. (Documentation Catholique, 36, col. 309).

Para evitar estas celadas a los sacerdotes, los obispos han dispuesto que toda consulta hecha en el confesionario sobre puntos peligrosos sea contestada en general remitiendo a los penitentes a las disposiciones de los obispos.

UNA OPRESION DE CONCIENCIA DURA E INAUDITA

Para terminar este cuadro de ahogamiento de toda actividad religiosa, voy a reproducir un párrafo de la declaración de los arzobispos y obispos de las Provincias eclesiásticas de Colonia y Paderborn que fue leída en todas las misas del 18.11.36:

«Reunidos para deliberar sobre graves negocios de la Iglesia, nosotros, obispos de las Provincias eclesiásticas de Colonia y de Paderborn, nos encontramos en presencia de un hecho doloroso: de todas las diócesis, de vastos ambientes nos hacen llegar amargos llantos por la opresión de conciencia, dura e inaudita de que son objeto los católicos. En términos llenos de tristeza, padres profundamente cristianos, nos pintan cómo, sino en todas partes, ciertamente en muchas, en las escuelas y en el seno de poderosas organizaciones, a las que pertenecen sus hijos, los maestros y jefes se aplican por las palabras y por los escritos, a hacer despreciable, a los ojos de los niños la fe de sus padres y a apartar así interiormente a estos niños de Jesucristo y de su Iglesia y por lo mismo de sus padres. Adultos que ejercen las profesiones más diversas se nos lamentan de que se abuse de su dependencia en el dominio profesional y económico para obligarlos a violar su conciencia cristiana, a despreciar los mandamientos divinos y a renegar de Cristo y de su Iglesia. Los hechos que motivan estos lamentos son tan numerosos y tan manifiestos que no se puede dudar de su fundamento. Después de tantos esfuerzos vanos para aliviar la angustia de conciencia de nuestros fieles, ha llegado la hora, en que nosotros, obispos, en calidad de representantes y pastores del pueblo católico designados por Dios, debemos dirigirnos al público. A todos los que tienen alguna influencia sobre la marcha de los acontecimientos en nuestra patria, les planteamos esta cuestión: ¿las cosas van a continuar así? ¿a nuestro pueblo, duramente probado, no se le ahorrará el peor, el último de los males? Después de todos los sufrimientos de los últimos veinte años ¿será necesario que también las almas sean violentadas? ¿será menester que nuestro pueblo sea tan desgarrado que una parte venere a Jesucristo, su Dios y Salvador, como lo han hecho nuestros padres, mientras la otra desprecie a Jesucristo y a sus discípulos?»

LA PROPAGANDA DE APOSTASÍA

Peor, si cabe, resulta esta opresión dura e inaudita cuando se sabe que ella responde a «una propaganda de apostasía» que organiza el gobierno del Reich. Así lo denuncia en carta pastoral de este mismo año (Documentation Catholique, 30 janvier 1937) monseñor Groeber, arzobispo de Friburgo en Brisgau cuando dice:

«¿Acaso la audacia y la locura de Juliano el apóstata, van a predominar en nuestro país alemán, creyendo así que por medio de presión, opresión y vejación, se logrará aniquilar en pocos años lo que centenares de generaciones alemanas han adorado y venerado, y lo que, llenos de un santo entusiasmo, han creado en el dominio de la cultura, del arte y de la ciencia?

Acaso la propaganda de apostasía que — como tenemos el amargo dolor de saberlo — es vista no sin placer, o aún provocada y favorecida expresamente por el ejemplo y la recomendación y aún por órdenes y amenazas apenas disimulados de algunos, dará un imperdonable desmentido a la promesa solemne de nuestro Führer de no querer atacar en nada las dos confesiones religiosas

El obispo hace alusión clara a las apostasías públicas de dirigentes nacional-socialistas que se efectuaron desde diciembre último. Así Himmler, jefe de la Gestapo, apostata de la Iglesia católica. Lutze el jefe de la S. A. (Sección de Asalto), y Roever apostatan de la confesión evangélica, etc.

De los mismos lamentos se hace eco, el corazón paternal de S. S. el Papa en su carta encíclica «Mit brennender sorge» a la Iglesia de Alemania, donde dice que «con viva angustia y con estupor siempre creciente venimos observando ha largo tiempo el camino doloroso de la Iglesia y el progresivo exacerbarse de la opresión de los fieles.»

«En vuestras comarcas, venerables hermanos, voces en coro se elevan cada vez más fuertes, incitándoos a salir de la Iglesia y surgen pregoneros que por su posición intentan haceros creer que tal apartamiento de la Iglesia y consiguiente infidelidad a Cristo Rey, es una prueba particularmente demostrativa meritoria de fidelidad al presente régimen. Con presiones ocultas y manifiestas, con amenazas, con perspectivas de ventajas económicas, profesionales, civiles, o de otra especie, la adhesión a la fe de los católicos, particularmente de ciertas clases de funcionarios, es sometida a una violencia tan ilegal como inhumana. Con emoción paterna nos sentimos y sufrimos profundamente con los que tan caro pagaron su amor a Cristo y a la Iglesia, mas se ha llegado a tal extremo que está en juego el fin último y más alto, la salvación o la perdición, por consiguiente no resta otro camino de salvación para el creyente, que el camino de un heroísmo generoso.»

Cuando el tentador o el opresor se le arrima con traidoras insinuaciones de abandonar la Iglesia, entonces él no podrá sino contraponerle aún a costa de los más graves sacrificios terrenales, la palabra del Salvador: «Vete, Satanás, porque está escrito: al Señor, tu Dios adorarás y a él solo servirás» (Mat. IV, X). En cambio a la Iglesia dirigirá estas palabras: «¡Oh, tú que eres mi Madre desde los primeros días de mi niñez, mi consuelo en la vida, mi abogada en la muerte, que se pegue mi lengua al paladar, si yo, cediendo a terrenales halagos o amenazas, llegase a traicionar mi voto bautismal.» A aquellos finalmente que se ilusionasen poder conciliar con el abandono externo de la Iglesia la fidelidad interior para con ella, sírvales de severa advertencia la palabra del Salvador: «El que me negare delante de los hombres, negado será delante de los ángeles de Dios.» (Luc. XII, 9).

LA FORMIDABLE OFENSIVA DE NEOPAGANISMO

Y mientras así en forma dura e inaudita se oprime a la Iglesia y a sus fieles, para arrancar del alma alemana todo vestigio de Cristo, con la misma violencia se trata de forjar en el pueblo alemán la idolatría de su raza.

«Por mil medios se está repitiendo un evangelio que no ha sido revelado por el Padre celestial; anillares de plumas escriben al servicio de un fantasma de cristianismo que no es el cristianismo de Jesucristo. La tipografía y la radio acosan diariamente con producciones de contenido, contrario a la fe… y brutalmente y sin respeto atacan todo lo que debe ser sagrado y santo» (Pío XI, Mit brennender sorge).

La concepción del mundo a base de la exaltación de la raza germánica y del desprecio de lo no germánico se está haciendo carne en la masa de la población que no puede substraerse a tan formidable ofensiva.

En los campamentos sobre todo, se está forjando la Alemania pagana. Campos de concentración, campos de trabajo, campamentos de juventud hitlerista, masculinos y femeninos, campos de instrucción… Alemania está en la hora actual, cubierta de un número tan considerable de campamentos que se creería estar en plena guerra civil si todos estos campamentos no tuviesen una misma estampilla; la cruz gamada.

Sobre todo en los campamentos de dirigentes, los Schulungslager, campamentos de formación sometidos a una dirección especial del ministerio de Educación Pública, cuyo objeto es el reclutamiento y formación de jefes para todos los grados de la jerarquía social, se está forjando la Alemania pagana. En estos campamentos se inculca en toda forma, a todas horas y con todos los recursos más eficaces de la psicología el contenido de esta oración de Baldur von Schirach: «Yo no soy católico, yo no soy protestante, yo soy nacional-socialista» (Ver Hitler et Rosenberg de la Bonne Presse).

Porque en definitiva ésta es la gran tarea del Tercer Reich alemán: Forjar un pueblo con un ideal nuevo, ideal racista, pagano, estatolátrico, en el cual se haga carne la idea de una grandeza nueva que lo absorbe todo, es a saber, que cada alemán es una partícula del Tercer Imperio Alemán, el cual con su fuerza de pura raza aria va a salvar a la humanidad.

Ante tal estado de tribulación de los obispos que no pueden hacer oír de sus fieles su palabra de pastores, de los sacerdotes y religiosos que se ven expuestos a las más humillantes y groseras calumnias, y de los fieles en general que se ven oprimidos en forma dura e inaudita en la profesión de la fe católica, el Santo Padre habló en documento público, que fue leído en todas las Iglesias de Alemania el domingo 21 de marzo del corriente año. Habló, no para romper lanzas con el gobierno del Reich; no es ésta la norma de la Santa Sede, que trata, aún en los regímenes más hostiles, de encontrar las condiciones que le permitan ejercer su influencia salvadora en bien de las almas, «la paternal solicitud por el bien de las almas — dice el Santo Padre — nos aconseja tener cuenta de las escasas perspectivas que pueden todavía existir de un retorno a los pactos”, sino para llevar «una palabra de verdad y de estímulo moral» a los pobres fieles de Alemania «sometidos de mil maneras a una organizada opresión de la libertad religiosa que los abruma por la imposibilidad de obtener informes concordantes con la verdad.» Y la palabra del Papa, que fue escuchada con devoción conmovedora por los fieles perseguidos, llevó a sus ánimos el consuelo de saber que el vicario de Cristo está con ellos; y en el resto del mundo ha servido para unir a los fieles católicos de todas las naciones en una misma comunión, la comunión de los santos por la oración, con sus hermanos atribulados; ha servido, sobre todo, para llamar a los pueblos a la realidad de que no todo nacionalismo es bueno. Y el conflicto entre la Iglesia y el Reich allí está, tremendo, insoluble. Porque los conductores de Alemania parece que no quieren cejar en su opresión religiosa, y los católicos, aunque sean muchas las defecciones, en su núcleo mejor y más numeroso estarán dispuestos a dar sus vidas por Cristo antes que apostatar de Él. Con ello lograrán la oportunidad de los héroes de dar el testimonio de sus vidas por Aquél a quien aman.

No será entonces la Iglesia la que saldrá perjudicada de este conflicto. El gobierno del Reich debiera tener presentes las palabras del genial Mussolini, quien el año 34 escribía, haciendo alusión al conflicto religioso de Alemania:

«Toda la historia de la civilización occidental, de la época del imperio romano hasta nuestros días, desde Diocleciano a Bismarck, nos enseña que cada vez que un Estado entra en conflicto con la religión, es el Estado quien sale vencido de la lucha«. (Documentation Cat- holique, 33, col. 465).

Si Dios permite estas pruebas a la Iglesia de Alemania es signo evidente de que cosas grandes aguardan a esta noble nación.

UNA REFLEXIÓN SOBRE EL NACIONALISMO

Hagamos una reflexión final sobre el nacionalismo, con claridad, aquí, entre nosotros, donde el nacionalismo está forjando núcleos promisores.

Los pueblos hoy no pueden llamarse a engaño. Los cuatro siglos de influencia anticristiana que los han azotado no pueden sino terminar en el comunismo, si los mismos pueblos no tuercen el derrotero de este proceso degradante. El comunismo no es un fantasma. El comunismo es una realidad. La prosperidad financiera del país no soluciona sino que exacerba el peligro comunista; porque esta prosperidad que se hace en beneficio de una clase social a costa de la otra, no hace sino aumentar el descontento y la envidia de la clase oprimida. El comunismo marca el último jalón del proceso de descristianización que abrió en el mundo la Reforma Protestante. El comunismo quiere la aniquilación total del hombre en el caos. No es un peligro, es la suma de todos los peligros que en el curso de la historia han podido oprimir a los pueblos. El Santo Padre, en la encíclica sobre el Comunismo Ateo que publicó casi al mismo tiempo que su encíclica sobre la situación de la Iglesia en el Reich, lo denuncia una vez más. Este es el peligro supremo. Y los obispos alemanes, a pesar de la opresión con que los castiga un gobierno anticomunista no han podido menos de enseñar: «el bolchevismo no es sólo una organización económica y política; en su esencia intima, en sus raíces más profundas, es la negación de toda religión, el ateísmo personificado en el Estado, una puerta del infierno, el precursor del Anticristo» (24.12.36, ver Documentation Catholique, 20 marzo 37).

Y el comunismo es un peligro real, más inminente de lo que comúnmente se cree. Hay que oponerse a él con intrepidez de varones. ¿Cómo? Con medios cristianos, en primer lugar. Porque si el comunismo no es sino la resultante de un proceso de descristianización, el remedio eficaz contra él no puede sino ser una medicación de cristianismo inyectado en todas las capas del cuerpo social. De aquí que la oración y la penitencia, como lo decía S. S. en la encíclica Caritate Christi compulsi sean remedios imprescindibles para salir de este caos de terror que se avecina. Pero fuera de estos remedios sobrenaturales, son también necesarios remedios drásticos, enérgicos en el mismo orden de lo económico y de lo político. El tiempo urge. No hay tiempo para una medicación con resultados a larga distancia. Y en esto le cabe una gran misión al nacionalismo. El nacionalismo es una fuerza de reacción contra el demoliberalismo que ha enervado las energías de los pueblos durante más de cien años. Y reacciona contra él para evitar que los pueblos se precipiten en el mal terrible del comunismo.

Pero si el nacionalismo es una fuerza de reacción contra el demoliberalismo puede haber dos modos típicos de nacionalismo porque dos son los modos típicos de reaccionar contra el demoliberalismo: un modo pagano y un modo cristiano; un modo pagano que exaltará sobre todas las cosas el interés nacional, sin atender a los derechos divinos de Dios y de la Iglesia y a los derechos de otras naciones y a los de los ciudadanos cuyas personas deben ser respetadas como un todo trascendente; un modo cristiano que, salvos todos estos derechos, procurará afirmar el vigor nacional dentro y fuera de las propias fronteras. Un modo pagano que hará de la propia nación o Estado, un Dios; (Pío XI, Caritate Christi) un modo cristiano, que reconociendo el carácter creado y contingente de la nación y del Estado procurará darle aquella dignidad de preeminencia que le corresponde como promotor del bien común temporal. Un modo pagano que divinizará a un hombre como encarnación de la absoluta soberanía del Estado; un modo cristiano que prestigiará a un hombre como conductor del pueblo en su destino temporal, siendo el instrumento de Dios al servicio del interés común. Un modo pagano que rechazará lo extranjero porque es extranjero; un modo cristiano que lo rechazará en la medida en que sea perjudicial para los intereses justos del propio país. Un modo pagano que rechazará y odiará al judío porque es judío; un modo cristiano, que conociendo la misión disolvente que le cabe al judío en el seno de los pueblos cristianos, limitará su influencia para que no resulte dañoso. Un modo pagano que combatirá el democratismo liberal y el marxismo en nombre del absolutismo del Estado; un modo cristiano que le combatirá tan sólo para ser efectiva y real la preeminencia del bien común temporal de los pueblos. Un modo pagano que luchará contra el atomismo de la sociedad liberal por la alienación de los derechos individuales en manos del dios-estado; un modo cristiano que luchará contra él por la afirmación de los derechos sagrados de la familia y de la corporación de trabajo. Un modo pagano que restaurará un régimen corporativo forzado, instrumento del Estado; un modo cristiano que restaurará las corporaciones como expresión de los intereses comunes de trabajo de los particulares en el conjunto de la nación. Un modo pagano que oprimirá la religión si la cree contraria a sus intereses o que la propiciará si la cree favorable; un modo cristiano que reconocerá a la religión de Cristo como el bien supremo de los pueblos y que tratará de servirla lealmente. Un modo pagano que impondrá un régimen totalitario absoluto de suerte que no se concebirá nada — ni educación, ni familia, ni arte ni religión — que no sea totalmente impuesto o controlado por el Estado; un régimen cristiano que en la sola órbita de lo político, o sea en lo que se refiere al bien común temporal, totalizará las actividades para dar cohesión y firmeza al Estado y por ende a la nación.

Dos modos típicos de nacionalismo que han logrado realización concreta, el pagano en el nacional-socialismo alemán y el cristiano en el régimen autoritario de Portugal y que, a mi juicio, logrará realización plena en el Estado cristiano que ha de surgir de la España que sangra.

Las palabras de Oliveira Salazar vienen al caso:

«Un día se reconocerá — dice — que Portugal ha sido gobernado por un sistema original y propio de su historia y de su geografía, tan diferentes de todas las otras y se comprenderá que no se han rechazado los errores y vicios del falso liberalismo y de la falsa democracia para abrazar otros peores; sino que más bien se ha reorganizado y robustecido el país con los principios de autoridad, de orden, de tradición nacional, conciliados con aquellas verdades eternas que son, felizmente patrimonio de la humanidad y de la civilización cristiana. El Estado que subordinase todo sin excepción a la idea de nación o de raza por él representada, en la moral, en el derecho, en la política y en la economía, se presentaría como un ser omnipotente, principio y fin de sí mismo, al cual tendrían que estar sujetas todas las manifestaciones individuales y colectivas y podría contener un absolutismo peor del que antecedió a los regímenes liberales, porque al menos ese otro no se desligó del destino humano. Tal Estado sería esencialmente pagano, incompatible por naturaleza con el genio de nuestra civilización cristiana y tarde o temprano habría de conducir a revoluciones semejantes a los que tuvieron que afrontar esos viejos regímenes históricos y quién sabe si a nuevas guerras religiosas más graves que las antiguas.»

Y este es, desgraciadamente, el caso de Alemania. Dios conoce el destino que le toca llenar en la historia. Pero sería lamentable que un pueblo grande y fuerte como Alemania, que en la Cristiandad tuvo como vocación empuñar la espada material para mantener, con la fuerza del brazo secular, la unidad de los pueblos cristianos, ahora en este período de descristianización de los pueblos le tocase, por un misterio insondable de la vocación no cumplida, hacer valer esta misma fuerza, quién sabe con qué fines providenciales. Porque la tragedia del problema alemán consiste en que la misma fuerza, es a saber el Partido de Hitler, que le ha llevado a la máxima opresión religiosa es al mismo tiempo el que ha realizado su máximo poderío material. Nunca estuvo tan oprimida la religión de Cristo, nunca tampoco fue tan gigantesco el poderío alemán. Hitler, que cuando subió al poder pedía cuatro años de plazo para realizar el resurgimiento de Alemania, este mismo año, el 30 de enero, a los cuatro años cumplidos, podía presentarse en el Reichstag, y decir:

«¿Y quién dudará de que en estos cuatro años transcurridos, Alemania fue escenario de una revolución de imponente magnitud? Y ¿quién se atreverá a comparar todavía esta Alemania de hoy con la que existía en aquel 30 de enero, de cuatro años atrás, cuando yo a esta hora, presté el juramento ante el Venerable Presidente del Reich? Y el Nacional-Socialismo ha terminado con la postración en que se hallaba sumida Alemania. Hoy esta nación es respetada y temida. El Nacional-Socialismo ha reconstruido la economía alemana, ha solucionado el pavoroso problema de la desocupación, ha dado conciencia de su valer al obrero, ha hecho resurgir la cultura del pueblo, ha educado fuertemente a la juventud, y por encima de todo, ha roto la oprobiosa cadena de Versalles

«Y a este respecto — como dice Hitler — Alemania ha consumado el milagro mayor de sus esfuerzos.» Pero, ¡pobre Alemania! Todo esto no sirve sino para afirmarla en aquel pecado que es su debilidad, desde los tristes tiempos en que se apartó de Roma. Alemania cada día más poderosa, cada día también progresa en su soberbia. Por esto oprime, con satisfacción de poderoso, a la Iglesia. Todo eso lo revela, de modo particular, la actitud con que ha respondido a la Carta Encíclica del Vicario de Cristo. Se ha querido presentar al Vaticano como el manto que cubre «un sistema de corrupción y podredumbre» y como la central de un bolchevismo disfrazado. El Dr. Goebbels en el discurso pronunciado el 28 de mayo en la Deutschhandhalle de Berlín, delante de un auditorio de 25.000 personas, que hacían eco a la espuma de odio de las palabras pronunciadas, cortándolas con los gritos de ¡masacradlos! ¡colgadlos! denuncia los crímenes de «innumerables sacerdotes y religiosos» convertidos en «profanadores bestializados de la juventud», las «aberraciones de criminales de sotana» saciando «los más monstruosos instintos» en el ejercicio de su ministerio sacerdotal (Robert D’Hacourt, Etudes 20 de junio, 37).

Y el Führer-Canciller, en su discurso del primero de mayo, proclamó su voluntad de empujar a la Iglesia a su esfera propia, si por la vía de las encíclicas arrogaba derechos que pertenecen al Estado.

«Si los hombres — decía textualmente en dicho discurso — han sido educados durante siglos en clases de católicos y protestantes y en 45 partidos, ¿quién puede disponer de esto en cuatro años? Hemos procedido totalmente, hasta brutalmente. Empezamos con la juventud. Hay viejos tontos que son irremediables. No nos preocupamos por ellos. Les sacamos sus hijos y se los educamos. No permitiré que la autoridad de la Nación sea atacada por ninguna parte. Esto es válido también para las iglesias. Si se preocupan de sus propios asuntos el Estado no las molestará. Pero si tratan de asumir derechos que son del Estado por medio de encíclicas y cartas pastorales las obligaremos a volver a la posición que les corresponde”. (La Nación, mayo 2.37).

El orgullo enceguece. No deja ver que ese humilde anciano que se sienta en la Cátedra de Pedro es pastor universal de todos los cristianos por jurisdicción divina y debe cuidar que los fieles a Él encomendados no sean pervertidos en la fe por doctrinas de los hombres, aún cuando este hombre llegara a acumular en sí todo el saber, todo el poder y toda la potencia material de la tierra. (Pío XI, Mit brennender sorge).

El orgullo enceguece. No deja ver que este anciano está sentado sobre una silla dos veces milenaria, de donde ha visto pasar a los perseguidores más temibles, llámense Diocleciano o Napoleón, Enrique IV o Bismarck.

Pobre Alemania, si no comprende que toda esta grandeza levantada sobre su propia soberbia no sólo no logrará el bienestar del pueblo alemán, sino que incubará males peores que aquellos de los cuales les ha sacado. Porque, aún cuando el Reich en su loca arrogancia, se vanaglorié de ser baluarte temible contra el bolchevismo, en la medida en que oprime al cristianismo, se convierte en el colaborador eficaz del más funesto bolchevismo. Así lo han advertido los Obispos alemanes, en innumerables y recientes documentos. Y si el comunismo es el Precursor del Anticristo, como enseñan los mismos Obispos alemanes, todo cuanto se haga contra Cristo, se hace en favor del comunismo, que es el resumen de todas las aberraciones de los hombres de todos los tiempos. Sobre todo así lo ha advertido con su autoridad de Maestro de la Cristiandad el Romano Pontífice en su Alocución a los refugiados españoles (14.9.36), cuando dice:

«Por lo que puede decirse que allí donde se combate la Iglesia y la religión católica y su bienhechora influencia sobre el individuo, sobre la familia y sobre las masas, se combate de acuerdo con las fuerzas subversivas, en favor de éstas y por el mismo desastroso resultado. Es decir, una vez más, que allí donde, por procedimientos insidiosos o violentos, según el caso por distinciones ficticias y no sinceras entre la religión católica y la religión política, se ponen dificultades, obstáculos e impedimentos al completo desarrollo de la extensión y de la influencia de la Iglesia Católica, según el mandato divino que la acompaña y la autoriza, se favorece y se facilita en la misma proporción la influencia y la obra de las fuerzas subversivas».

La Iglesia es de Dios y no son sus enemigos quienes la destruyen. Como en otras épocas de persecución de la Iglesia «también ésta será precursora de nuevos progresos y de purificación arando la fortaleza de la profesión de la fe y la prontitud en afrontar los peligros por parte de los fieles de Cristo serán suficientemente grandes para contraponer a la fortaleza material de los opresores de la Iglesia la adhesión incondicionada a la fe, la firme esperanza, anclada en lo eterno y la fuerza avasalladora del amor activo”.

«Entonces, dice el Romano Pontífice, los enemigos de Cristo — seguros estamos de esto — que vanamente se glorían de la desaparición de la Iglesia reconocerán que se alegraron demasiado pronto y demasiado pronto han querido sepultarla» (Mit brennender sorge).

Quiera Dios, en atención a los suspiros de veinte millones de católicos, que unidos a un ejemplar sacerdocio, luchan bajo el cayado de intrépidos pastores, que evocan la figura de los grandes obispos de la cristiandad de la talla de San Ambrosio y de San Juan Crisóstomo, quiera Dios, retornar a Alemania a la verdadera grandeza que le conquistó Bonifacio y Carlomagno para que «doble la rodilla ante Jesucristo el Rey del tiempo y de la eternidad, y se ciña para la lucha contra los renegados y los destructores del occidente cristiano, en unión con los hombres honestos de las demás naciones, cumpliendo así la misión que le ha sido señalada en los planes del Eterno» (Pío XI, Mit brennender sorge).

FIN DEL OPÚSCULO